martes, 26 de septiembre de 2006

CINE - La marcha de los pingüinos: entre la belleza y el lugar común.

Una larga caravana avanza a través del desierto helado. Vienen a pie, lentamente. Nada los detiene: ni la noche, ni el miedo, ni el cansancio. No los detiene el frío. Los peregrinos desandan el camino que alguna vez antes que ellos, ya han recorrido sus padres en busca de la tierra prometida.

Sin más detalles que esta breve síntesis, este podría ser el argumento de una película épica: Moisés y los suyos saliendo de Egipto; colonos norteamericanos avanzando en la conquista del oeste salvaje; un grupo de cosmonautas perdidos en las llanuras áridas de Fobos o Deimos, las lunas marcianas. Sin embargo ninguna de estas opciones es correcta. Y más aun: los protagonistas ni siquiera son humanos.

La marcha de los pingüinos es el título de este exitoso documental francés, al que la traducción - mal innecesario - le ha hecho perder el encanto del título original (Marche de l´Empereur; literalmente, La marcha del Emperador, en referencia al nombre de esta raza de pingüinos gigantes). Ya veremos que el Mal del Doblaje, provocado por la sobre adaptación de los productos al mercado latino, no es la única de las calamidades que la película debe soportar.

El documental llega precedido por sus blasones y lauros. Desestimada por Francia para ser enviada a la preselección de candidatas a los Oscar, en el rubro Mejor Película en Idioma Extranjero, el film se llevó el premio al mejor documental, impulsado por su distribuidora norteamericana.

Centrada en el retrato del largo y particular ciclo reproductivo del pingüino emperador, La marcha de los pingüinos propone un acercamiento distinto entre la historia que se cuenta y el público. Lejos del esquema del documental tradicional, al que podríamos hasta tildar de positivista, en los cuales las imágenes se presentan como la evidencia en un juicio, y en donde la voz en off ofrece un relato desapasionado de los hechos empíricos, recolectados a partir una seria investigación científica, los creadores de esta película proponen una forma personal de hacer ese mismo camino.

Es cierto que esta realización cumple con principios informativos o pedagógicos, básicos y necesarios en cualquier documental. Sin embargo, hay también una búsqueda estética que va más allá del hecho reiterado de fotografiar bellos o exóticos paisajes. Hay aquí también la intención manifiesta de poner a la belleza como objetivo primordial y por sobre todo, una lectura personal de “lo bello”.

Tal vez suene a exageración (y lo es en realidad), pero en ese sentido este documental puede asociarse estéticamente a aquellos otros dos, El triunfo de la voluntad y Olimpia, que hace más o menos 70 años, la prodigiosa directora alemana Leni Riefensthal realizó por encargo directo de Adolf Hitler, con el objetivo de retratar el esplendor de aquel intento imperial. Más allá de los méritos y de las objeciones que puedan hacerse de uno u otro caso, queda claro que la belleza no habita en el mero retrato del objeto, sino en la visión subjetiva de quien es capaz de hacer una interpretación única.

Y allí está lo más valioso de La marcha de los pingüinos: la concepción del producto como un posible hecho de arte por encima de la mera investigación científica. En la pantalla, un caprichoso bloque de hielo, la vista panorámica del paisaje submarino, o el amontonamiento de miles de pingüinos en medio de una tormenta de nieve, muchas veces se vuelven estructuras gaudianas o las imágenes oníricas de la obra de Max Ernst o de Salvador Dalí.

Por el contrario, a partir de un guión con pretensiones poéticas, el relato en off tiene también una intensión literaria que intenta ser afín a las pautas estéticas que se plantean desde lo visual. Sin embargo, el intento queda opacado simplemente por eso, por quedar en intento, y nunca alcanzar el nivel al que llega el desarrollo visual. Durante toda la primera parte, una voz masculina y otra femenina, todavía son capaces de atraparnos con la representación “teatral” de Don Pingüino y Doña Pingüina, aun sin alcanzar el rango de poesía que uno intuye que los realizadores pretendieron imprimirle al relato. Pero con el nacimiento de los “polluelos”, todo el asunto se desbarranca con intervenciones que parecen sacadas de tarjetas de cumpleaños baratas. Cosas como “¡Oh! Hago mi primer paseo solito” (el pingüinito camina por primera vez, claro), o “Me siento a gusto a tu lado” (cuando está junto a la madre), hacen que se pierda la unidad con el resto del relato, que hasta allí se había mantenido mucho más sobrio, aunque pretencioso.

Más allá de esto, la película es una opción novedosa y entretenida para públicos de todas las edades. Sólo queda desmentir el trascendido malintencionado que indica, no sin dobleces, que La marcha de los pingüinos sea el título de un inminente himno transversal. Como dice el periodista, no creas todo lo que oís.

(Artículo publicado originalmente en www.informereservado.info/cultura.php)

LIBROS - Cómo convertir un buen guión en un guión excelente, por Linda Seger: El arte de buscar un éxito.

Cuándo se piensa y se recorren los caminos del cine, la más moderna de las ramas del arte, muchas veces se pasa muy cerca de las rutas que desde siempre desandan las artes tradicionales.

Es en ese sentido que el célebre director soviético Andrei Tarkovski, dio a uno de sus libros sobre cine el nombre de Esculpir en el tiempo, clasificando al séptimo arte como una versión cuántica de la escultura. Y gran cantidad de películas pueden dejar luego de verlas, la sensación de haber estado no frente a una sucesión de fotogramas, sino en una pinacoteca o recorriendo una exposición de cuadros - tal es el efecto, por ejemplo, de Sueños u otros filmes del japonés Akira Kurosawa.

Sin embargo, es con la literatura con quién el cine ha desarrollado mayores vínculos. Mejor aún, tal vez el cine no sea sino el último de los géneros literarios. Hermano menor del teatro como expresión dramática, el cine es también otra forma de la narración, distinta del cuento, la novela, en el que muchas veces – dependiendo de las inclinaciones o capacidades de cada director – suele colarse hasta la poesía.

El libro Cómo convertir un buen guión en un guión excelente, de la norteamericana Linda Seger, propone un recorrido por la más clara y obvia de las encrucijadas entre los mundos del cine y la literatura: el guión.

Se ha dicho que el guión es cimiento y simiente del cine: no hay película posible si no tenemos uno. También puede arriesgarse que el guión es una primera versión escrita de lo que el gran público recién conocerá en una sala de proyección, y que de él depende, en un alto porcentaje, el éxito de las películas.

Hay una frase del omnipresente Kurosawa que resume con claridad cual es el verdadero valor de este ingrediente fundamental en la receta del cine: de un buen guión puede hacerse hasta una obra maestra; de un guión malo, ni siquiera un buen director puede hacer una buena película.

Lo que este libro propone es un recorrido por el mundo interior de los guiones de cine. Presenta cuáles son las líneas internas que se deben trazar para obtener un guión sólido, para que pueda sostenerse por si mismo; cuáles son las construcciones que consiguen con mayor facilidad acercar sus contenidos al espectador; cuáles los puntos que no pueden pasarse por alto en un análisis serio de su estructura.

Las intenciones y utilidades de Cómo convertir un buen guión en un guión excelente son bastante amplias. Porque, por un lado, tiene mucho de manual para guionistas, una especie de libro de autoayuda para el escritor. Pero también es una excelente oportunidad para que periodistas especializados, cronistas cinematográficos y amantes del cine en general, se familiaricen con los elementos narrativos del cine, con los ritmos y con aquellas estructuras que no pueden obviarse al intentar un acercamiento serio y más o menos profundo a una película cualquiera.

La autora, Linda Seger, se dedica desde hace casi veinticinco años a esa actividad, que en Hollywood se conoce con el nombre de Script Doctor. Literalmente, Doctor de Guiones. Entre sus clientes se cuentan escritores, directores, productores, grandes estudios, y por supuesto guionistas, quienes entregan sus originales para que ella se haga cargo de la biopsia: un estudio integral del guión, en el que se analizan formas, recursos, perfiles de los personajes, giros dramáticos, diálogos, acciones y otros aspectos, con el fin de encontrar los puntos fuertes y débiles de la narración. Y a partir de allí, trabajar en la potencia de los puntos positivos y en el replanteo de las inconsistencias.

Sin dudas, Como convertir un buen guión en un guión excelente es una herramienta indispensable para quienes amen conocer más a fondo, desde adentro o desde afuera, el verdadero mundo del cine.


(Artículo publicado originalmente en revista Informe Reservado)

martes, 19 de septiembre de 2006

LIBROS - Seis paseos por los bosques narrativos, de Umberto Eco: Un tour guiado por los laberintos del sentido.

Salir a dar un paseo: de eso se trata la literatura según la metáfora del prolífico y multifacético Umberto Eco. Seis paseos por los bosques narrativos (cuyo título original en inglés es Six walks in the fictional woods), incluye las seis conferencias que él mismo diera en el marco de las Norton Lectures, en la universidad de Harvard entre los años 1992 y 1993, en las cuales el semiólogo, lingüista y narrador italiano compara las estructuras narrativas con bosques. Y en una operación que tiene mucho de literario, convierte al lector en una especie rara de boy scout, un híbrido entre Caperucita Roja y Allan Quatermain, que unas veces por sendas ya abiertas, y otras, haciendo el propio camino, se interna y deambula esos bosques hasta extraviarse, para salir de allí transformado.
Ampliando el concepto, agrega que existen distintos tipos de bosques y diferentes maneras de recorrerlos. La diferencia entre los bosques vendría dada por la presencia de un autor, y por las diversas intenciones o motivaciones que varían de un autor a otro. Las maneras en que estos bosques pueden ser recorridos, en cambio, dependen de cada lector. Queda claro que Umberto Eco es de quienes adhieren a la teoría según la cual la relación entre autor y lector es la fuerza vital de cualquier texto, y de la literatura, por carácter transitivo.
En tanto que el autor se plantea, al sentarse a escribir, un lector modelo a quien dirigirse, es decir, un determinado e hipotético sujeto como receptor de su obra, cada lector construye, desde la lectura y la interpretación, lo que Eco llama autor modelo, que no es sino el fruto del paseo forestal: la forma en que ha conseguido vincularse con el texto narrado. Estos autores y lectores modelo no suelen coincidir con los lectores y autores empíricos.
Más adelante, en el capítulo titulado "Los bosques posibles", Eco se interna en las diferencias entre los textos de ficción y los textos históricos o reales. Allí aborda el concepto de verdad o realidad dentro de la literatura: en la narrativa de ficción, lo verdadero es todo lo que sucede dentro del relato. De ahí se desprende que la verdad es mucho más fácil de determinar en el ámbito de lo ficcional que dentro de lo que llamamos mundo real. Y arriesga que es mucho más sencillo conocer profundamente a Don Quijote, a Hamlet o, porque no, a Homero Simpson (como a cualquier otro personaje de ficción), que a nuestros propios padres o hijos. Porque en tanto que padres e hijos de todo el mundo insisten en seguir creyendo que es preferible mantener algunos secretos, el Quijote, Hamlet o Simpson –sobre todo Simpson– no pueden evitar revelar, voluntariamente o no, cada una de sus intimidades ante el total de su auditorio. De ellos podemos conocer todo cuanto se ha dicho, porque hasta el último detalle de lo que necesitamos saber de cada uno, ya ha sido escrito.
Un párrafo aparte merece un curioso ejemplo con el que abre el capítulo cinco, y que involucra un estudio acerca del comportamiento de la prensa argentina durante el conflicto bélico de las islas Malvinas. El 31 de Marzo de 1982, el diario Clarín publicó una noticia supuestamente llegada desde Londres, según la cual el Reino Unido había enviado un submarino atómico a aguas argentinas. En Gran Bretaña, mientras que el gobierno británico reaccionó de inmediato, diciendo que no tenían intención de revelar la posición de sus unidades, algunos medios daban la impresión de saber bastante respecto de ese asunto. El 4 de Abril el submarino ya había sido visto cerca de costas argentinas. A partir de allí, una serie de contradicciones entre noticias que anunciaban que ese submarino estaría partiendo de Europa a la cabeza de las fuerzas británicas y supuestos nuevos avistajes, fueron dando mayor magnitud a la presencia de este fantasma.
Casi un mes después, un diario escocés revelaba que, efectivamente, el submarino nunca había salido de Escocia. Una de las moralejas que don Umberto extrae de esta historia, es que con sólo amontonar datos concretos y nombres propios en un marco discursivo determinado, el lector tiende a dar por ciertas tales aseveraciones. El submarino, puesto en los mares del sur por los medios de comunicación, se había vuelto real. Es posible preguntarse quién podría estar interesado en crear ese fantasma, dos días antes del comienzo de aquella guerra, siniestra en más de un sentido. La respuesta, claro, no debe buscarse en este libro.
Umberto Eco, se ha dicho, es en la actualidad uno de los más notables semiólogos y teóricos de la literatura y el lenguaje; sin embargo es conocido popularmente por sus novelas El péndulo de Foucault, Baudolino, y principalmente por El nombre de la Rosa, que tan exitosamente fuera adaptada al cine.

Artículo publicado originalmente en la revista Informe Reservado.

martes, 5 de septiembre de 2006

CINE - Tarnation, de Johnatan Caouette: La desnudez interior


En cine, el género documental es aquel en que el espectáculo que se ofrece es la realidad, o al menos uno de sus posibles perfiles. En contra de tan amplias posibilidades, el documental acostumbra a repetir siempre los mismos tres o cuatro tópicos, a saber: a) la ciencia (historia, física, química, medicina, etc) y sus misterios; b) los animales y su incorregible salvajismo; c) el universo y su aburrido capricho de mantenerse inexplicable; y d) el hombre, sus misteriosos caprichos y su incorregible salvajismo.
A pesar de parecer tan cerca del agotamiento como el resto de los géneros cinematográficos, el documental sigue encontrando la forma de mostrarnos otra vez lo mismo. Igual que el resto de los géneros cinematográficos. En oposición a esto, quién hubiera imaginado hace menos de veinte años, cuando en este país los canales de televisión apenas eran cuatro (o cinco, si había buen clima) y el cable no pasaba de ser una excentricidad futurista, que sería posible concebir un canal cuyo negocio fuera el de transmitir, y antes que eso producir, veinticuatro horas por día de documentales. Sólo en una novela de Asimov.
Lo cierto es que, por si uno solo no fuera suficiente, hoy hay más canales que se alimentan del documental que aquellos canales de televisión de aire, veinte años atrás. Y siempre encuentran la forma, no necesariamente efectiva, de contar otra vez la misma historia. Es cierto, nobleza obliga, que un gran valle de calidad, en forma y contenido, separa al cine documental del 90% de la programación de estos canales. También es cierto que los temas a tratar siguen siendo escasos. Sin embargo una buena idea, o un mejor presupuesto en las manos indicadas, pueden obrar maravillas.
Dentro de la cinematografía documental, Tarnation, de Johnatan Caouette, es un caso extraño. Decididamente enmarcado dentro del tópico "el hombre y su nada original pretensión de mantenerse inexplicable", este documental tiene la intención de ser una biografía de su director. Una autobiografía basada en un amplio registro familiar, fotográfico y fílmico, que Caouette ha conseguido llevar por sus propios medios desde su infancia.
Ya durante la primera media hora larga, en la que se nos introduce en el tortuoso y quasi lisérgico universo familiar de Johnatan, queda claro que esta obra no encaja en las convenciones del género. Con una estética muy cercana a la psicodelia que podemos asociar a las primeras incursiones audiovisuales de Pink Floyd, en las que el recientemente fallecido Syd Barrett tenía mucho que ver, Tarnation puede ser opresiva e intimidante. Y revela en la figura de Johnatan niño, un potencial artístico notable. Claro que se trata de un niño... y alguien ha dicho que la “adultez” es la epidemia que con más eficacia regula la densidad demográfica del arte.
Y algo de eso hay en Tarnation. Porque la mirada que exhibe Johnatan respecto del mundo alucinante y hasta macabro de su infancia, puede ser fascinante para el espectador, pero se resquebraja con la ligereza que, en comparación, adquiere la película a medida que el protagonista crece. Lanzado dentro de una estética decididamente queer, la segunda parte del filme tiende a la liviandad pequeño burguesa y algo narcisista de un joven que no duda en utilizar los traumas de su niñez y los conflictos de su madre o sus abuelos, para desnudarse en público, para transformarse en una especie de exhibicionista psicológico.
Tal vez nada de esto fuera criticable si hubiese sido narrado en un marco de ficción, aunque una vez utilizada la película como elemento exorcista, convirtiéndola para su autor casi en un hecho terapéutico, cabe una pregunta: ¿la historia de Johnatan sigue siendo real; o se ha convertido en otro artificio cinematográfico, en otro hecho de arte? Misterios de una especie que se niega a ser explicada.

(Artículo publicado originalmente en www.informereservado.info/cultura.php)

CINE - Las tortugas también vuelan (Turtles can fly), de Bahman Ghobadi: El día que las vacas vuelen

Las diversas manifestaciones del arte representan verdaderos desafíos que de diferentes modos ponen a prueba al espectador. Desde lo estético, o desde lo ético. Y la co- producción irano- iraquí, Las tortugas también vuelan, es un gran ejemplo en ambos sentidos.
La película comienza en un campamento de refugiados iraquíes, en la frontera con Turquía, algunas semanas antes de que estalle la guerra entre Iraq y Estados Unidos. Su protagonista es Satélite, un adolescente que carga con el rol de proteger a los niños del campamento, y de hacer algunos trabajos para los adultos, entre quienes tiene muy buena reputación. La principal actividad de esos adultos consiste en intentar conseguir noticias acerca de la guerra en los canales extranjeros, casi todos prohibidos para el Islam.
La mayoría de los chicos son huérfanos, y muchos de ellos cargan en sus cuerpos los horrores de la guerra. Satélite se encarga de organizarlos para recuperar minas explosivas que luego venden, o para juntar casquillos de balas de cañón a cambio de pequeñas sumas de dinero. De alguna manera, Satélite les proporciona a sus chicos pequeñas excusas para seguir vivos.
La llegada de tres hermanos huérfanos al campamento, desacomoda la rutina de los chicos del campamento. En el mayor de los hermanos, un chico sin brazos con gran habilidad para recuperar minas y para lanzar certeras predicciones, Satélite ve peligrar su liderazgo. Y en la niña, quien carga todo el día con el hermanito menor, la excusa para un amor tan inocente como verdadero.
El cine ha visto a la guerra desde ángulos muy distintos, y sin embargo parece que no hubiera mostrado nada; que aun en películas que retratan distintos conflictos, diversos escenarios y enemigos, sólo existe una manera única de presentar a la guerra: la forma solapada, leve y circunstancial del cine norteamericano. Y no es que no haya películas de guerra fuera de los Estados Unidos (sin ir más lejos, la industria vernácula ha dado algunos ejemplos de cine bélico), o que nadie haya intentado abordar el tema de un modo más visceral. Pero en casi todos los casos, los filmes de guerra acaban convertidos en relatos de acción o en anécdotas personales, tan detenidas en la realidad que, ya con dificultad, apenas conmueven.
Hoy, la guerra no es más que una de las tantas formas de entretenerse un par de horas en una sala oscura, solo o acompañado. O, menos todavía, un suelto en los noticieros de la noche.
Las tortugas también vuelan es una película de guerra, no hay dudas. Pero su fortaleza no reside en esta cuestión de género, sino en una capacidad poco común para valerse de un lenguaje de símbolos y metáforas, sin que esto actúe como una distracción, ni como una forma de aligerar el retrato hiper realista que rueda y nos azota en primer plano.
Aunque es cierto que a primera impresión puede parecer una película realista y nada más, resulta bastante más que eso. Si sólo fuera realismo lo que Las tortugas también vuelan propone, sería un documental. Y aunque está compuesta por muchas escenas que rozan lo documental, lo notable de la película es que no lo es. Es drama, en el sentido artístico de la acción. Esto es ficción, aunque se hable de la realidad, y se cuestiona, en carne viva, cuál es la frontera inconsciente entre lo real y lo soportable.
Y en ese ser ficción es donde la película se vuelve maravillosa, incluso en el dolor. Porque mientras esa representación de la realidad aparece de forma primaria y superficial, el elemento fantástico se mete como una cuña, abriendo posibilidades que nos permiten ir más allá. Eso se llama poesía: dura, dolorosa, que llega hasta la médula como un alambre al rojo vivo pinchándonos las pupilas.
El manejo escénico de esta película, poco dado a la truculencia, casi antiguo, logra alinearse ética y estéticamente con el aspecto miserable de esos chicos, que vestidos con ropas gastadas y más de veinte años pasadas de moda, no hacen más que recordar que la pena y la pobreza no están tan lejos; que basta andar la noche en las estaciones de Once o Constitución, para encontrar lejos de aquella guerra, el mismo hambre, igual dolor.
Y tal vez desde ese lugar pueda encontrarse un sentido al extraño título de la película (auque el usado en inglés, Turtles can fly, Las tortugas pueden volar, es quizá una versión más eficaz). Es que ese título no es más que una expresión que se permite desalentar toda esperanza de que situaciones como la guerra o la miseria, o cualquier infamia, tengan alguna vez un final. Una desilusión que encaja a la perfección con la escena final, en la que dos de los chicos ven llegar al ejercito norteamericano. Pero ya no como los mensajeros del mundo soñado que los EEUU representan en las fantasías de Satélite, quien dentro del universo de la película representa la nueva generación que inocentemente se abre a Occidente (en ese contexto, es maravillosa la escena en que el chico conecta la televisión y se queda mirando el Fashion TV, mientras los viejos dan vuelta la cara), sino como una plaga que arrasa con el amor, con la propia tierra y en definitiva, con la realidad, y con los sueños y la inocencia de esos chicos que son forzados a convivir con el dolor propio, muy al margen de las prioridades del American Way of Life.
Una expresión muy porteña permite hacer otra analogía con el formidable título de esta película: la guerra (y otras pestes artificiales) van a dejar de existir… el día que las vacas vuelen.
Claro que en Iraq, las vacas no son lo que sobra.


(Reorganización de críticas publicadas originalmente en argenteam.net y revista Tólbac)

LIBROS - Candido, de Voltaire: La sombra del iluminismo

Si alguien que deseara aventurarse en el iluminado laberinto de la literatura francesa, sin experiencia alguna y con repentino interés en la materia, realizara su rito de inicio con Voltarie, ese alguien habrá tomado una excelente decisión. Tan buena como si eligiera para empezar a Victor Hugo; Flaubert, Racine, Balzac, Moliere; Yourcenar, Stendhal, Proust; Baudelaire, Verlaine y Rimbaud. O muchos otros, porque (ya que estamos en el año del Mundial) alcanza la historia de las letras francesas, tan frondosa, para formar varios equipos como este.

Y si entre las obras de Voltaire el título elegido fuera Cándido, tal vez mejor. Esta subjetiva apreciación tiene sus fundamentos.

El texto que hoy puede leerse como una novela, aunque seguramente no fue concebido como tal, cuenta la historia de un joven alemán, presunto sobrino de un barón de Westfalia, a quien llamaban Cándido, por su carácter crédulo e inocente.

Criado junto con los hijos del barón, bajo la sabia tutoría del “iluminado” filósofo Pangloss, recibe la certeza de que el mundo es el mejor de los posibles; que las cosas son como tienen que ser, porque no pueden ser de otra manera, y así todo marcha lo mejor que puede.

Cuando es descubierto detrás de un biombo junto con la baronesita Cunegunda, dando rienda suelta a algunos impulsos adolescentes, Cándido es echado “a patadas” del castillo del barón. Y él no hace más que aceptarlo, con la resignación de que aquello es como debe ser.

Así, su destino lo irá llevando desde su Westfalia natal, por todo el mundo occidental: desde Europa a América del Sur, entrando por Buenos Aires y saliendo por Surinam, y nuevamente a Europa.

A lo largo de sus idas y vueltas, Cándido conocerá un mundo que se empeña en refutar con sus atrocidades, las enseñanzas de su maestro Pangloss. Sin embargo, el insistirá en su intento por hacer encajar teoría y realidad con la persistencia candorosa que le ha dado nombre. Al fin, con la certeza de que vale más vivir la vida que analizarla, Cándido y los suyos terminan trabajando la tierra para vivir, en una pequeña hacienda cerca de Constantinopla. Una metáfora que nos lleva directo al génesis bíblico: parir los hijos con dolor, ganar el pan con el sudor de la frente, es el castigo con el que dios condena a la raza humana a vivir la vida fuera del paraíso.

Voltaire, seudónimo de François-Marie Arouet, fue un notable pensador que realizó importantes aportes tanto a la literatura como a la filosofía. De hecho, Cándido representa una tesis crítica al pensamiento de Leibniz (de moda por aquel entonces), al cual Voltaire reduce con ironía a esa máxima sobre la que Pangloss insiste hasta el final y de la cual Cándido logra desembarazarse a un alto costo.

Por boca del maniqueo Martín, un escritor descreído y desventurado que acompaña a Cándido en su vuelta a Europa, Voltaire parece resumir su filoso pensamiento crítico: si dios creo el mundo con algún fin, este debió ser el de hacernos rabiar.

Y en una época en dónde dios era razón y causa de todo (incluso de legitimar los abusos de poder de muchos gobernantes), Cándido representa con furia, un juicio certero acerca del pensamiento y las costumbres de su época. Una obra fundamental que preanuncia aquella revolución que cambió la historia del mundo.

Voltaire murió en el año 1778, como uno de los hombres más prestigiosos de aquella Francia iluminada, aunque tiranizada y miserable.
(Artículo publicado originalmente en www.informereservado.info/cultura.php)

CINE: Nominado para dejar la Academia ®

Años atrás, era muy común que el gran público esperara con ansiedad la noche de los Oscars ®, porque en ella, decían, se definían cuestiones estéticas inherentes a la actualidad y el progreso del cine, y por qué no, del arte todo.

Hoy en día, hay quien sospecha que la intención de los Premios de la Academia ® no es la de recompensar la excelencia artística, sino la de sugerir a los futuros aspirantes una línea de comportamiento esperable en ellos.

Así, con cada nueva edición de este bendito ritual, entra en vigencia una nueva coordenada que divide lo que es políticamente correcto, de aquello que es subversivo para la industria del cine. Este criterio puede variar en el transcurso de un lapso de tiempo no necesariamente largo, incluso hasta la incoherencia. Veamos…

En Marzo de 2002, hubo el record histórico de dos (2) actores de color (de color negro, claro) nominados en el rubro mejor protagónico masculino. Will Smith por su personificación de un negro convertido al Islam (Muhamad Alí), y Denzel Washington, por interpretar a un policía corrupto (es decir, corrupto además de negro; ¿se entiende, no?). Y como si esa no fuera muestra suficiente de amplitud, ¡uno de ellos hasta se llevó la estatuilla!
[1] En atención a que para ese entonces dos aviones se habían estrellado contra el sueño de la invulnerabilidad norteamericana[2], a que George Bush (h) ya había enviado hacia Iraq a sus Cazafantasmas, y a que el sub grupo islámico es uno de los más conflictivos dentro de la minoría negra en EEUU, podemos coincidir en que estas nominaciones y este premio proponía un mensaje de unidad, claro y definitivo, dirigido al posible enemigo interior: “Incluso los negros, todos somos norteamericanos; y Norteamérica es la tierra de la libertad y las oportunidades, bro”.

Doce meses más tarde, cuando los que dudaban de la buena fe de Jorge Doblevé ya eran un grupo más numeroso, la premiada en el rubro mejor película del año 2002, resultó ser el musical Chicago. El mensaje de la Academia ® había sufrido una pequeña variante, dando un paso más hacia la derecha: “No pienses: ¡CALLATE Y BAILÁ!”.

A cinco años del 9/11 y reelección mediante, los académicos, cada vez más dispuestos a sorprendernos, se descolgaron esta vez con nominaciones de una tendencia tan descarada, que cualquiera puede leer en ellas (sin necesidad de subtítulos), la siguiente consigna: “Ahora que todo es demasiado obvio, mejor nos hacemos los progre, haber si quedamos pegados”.
Y nos encontramos con películas que parecen producidas por una facción anti- republicana. Las nominadas son:

Secreto en la montaña es una historia de amor homosexual entre dos Cow Boys. En principio, era la gran favorita a ganar en este rubro. El dato curioso: no olvidar que Ronald Reagan, ex presidente e ícono republicano, y antecedente lógico del actual gobierno, se hizo famoso como actor interpretando (muy malamente) papeles de vaquero duro.

Capote, o “de cómo un escritor homosexual consigue su mejor libro a partir de métodos de dudosa ética”, no sólo propone enfrentarse a la incomodidad que provocaba en EEUU un personaje tan frívolo y amanerado como Truman, sino que plantea la infantil hipótesis (por lo obvio) de que la sociedad norteamericana está dividida en un sistema de castas infranqueables, no muy alejado del que conocemos en la India.

Crash: Vidas cruzadas, un retrato anacrónico de los conflictos raciales en los EEUU, que hubiera sido realmente valiente en aquellos años en que unos cuantos policías blancos apalearon a Rodney King (1991) y la ciudad de Los Angeles se volvió una hoguera (1992).

Munich es una de esas películas en las que nuestro amigo Esteban Espílber trata de decirnos algo serio (alguien tendría que recordarle que toda película debería intentarlo; pero habiendo visto La Terminal, parece difícil que alguna vez lo entienda). Esta vez se trata de la recreación del asesinato de un grupo de deportistas israelíes a manos de un comando árabe, durante los juegos olímpicos de 1972, y que tal vez pretenda ser una metáfora que alude directamente a la situación actual en el Middle East.

Por último, Buenas noches y buena suerte: un juego de ingenio que busca igualar la paranoia anticomunista que el senador McCarthy desató a mediados de los años ´50, con la actual administración Bush.

Como vemos, cada nominada se mete con alguno de los temas que históricamente han sido una incomodidad y/o motivo de conflictos para los gobiernos republicanos: racismo, homosexualidad, Medio Oriente, censura, persecución política. Sólo faltan Cuba, la inmigración ilegal y estamos todos.

Si la intención de estas nominaciones era ser críticos con el gobierno actual, lo más lógico hubiera sido premiar a Buenas noches y buena suerte, la más directa de las cinco en eso de pegarle al presidente. Si lo importante era promover la integración y un vínculo de mayor tolerancia con una de las minorías más atacadas y escondidas de cualquier sociedad, incluyendo la norteamericana, hubiera sido justo premiar a Secreto en la montaña. Si lo que se quería era llamar la atención sobre el conflicto con el mundo islámico, el premio debió ser para Munich. De las cinco opciones, la menos conflictiva era premiar el alegato antirracista de Vidas Cruzadas. Después de todo, hoy en día hasta los negros se pueden ganar un Oscar ®.

Ahora, si lo importante era destacar a la mejor película del año 2005 como hecho artístico independiente de las cuestiones políticas, tal vez una utopía imposible e innecesaria, tal vez las nominadas debieran haber sido otras. Digo… ¿no?

[1] La expresión “se llevó la estatuilla”, no pretende insinuar que se la llevó como lo haría un ladrón, sino que fue elegido ganador; los miembros de la academia no tuvieron mas remedio que permitir que el susodicho negro se fuera con el premio a su casa. ¡Un negro! Cosas que no pasaban cuando John Wayne o Frank Sinatra estaban vivos.

[2] Casualidades o no, el mismo Denzel (el negro en cuestión) ya había interpretado, cuatro años antes, a un agente FBI involucrado en el caso de una toma de rehenes que también termina mal, en el centro mismo de New York. ¡Wow!

(Artículo publicado originalmente en revista Tólbac)

CINE: ¡Si Shakespeare se levantara!

En el imperdible número de fin de año de la revista Tólbac, esta columna cerraba de forma muy conveniente, con un interrogante que pretendía ser irónico: ¿para cuándo una buena película argentina? Lejos de ser exitoso, y fiel al precepto improbable que jura que “nada es tan bueno que no merezca ser arruinado”, aquél artículo no podía tener un cierre menos feliz.

Si nadie se opone, los invito a entrar en el chiquero de una vez por todas.

Sería una mentira afirmar que las buenas películas nacionales son como Papá Noél, o como la Revolución Productiva del menemismo; sin embargo tampoco podemos confiar en lo que los propios involucrados dicen acerca de nuestras pantallas, la chica y la grande. Suelen leerse por ahí disparates como “nuestros actores son lo mejor que tenemos” o “comparada con otras, la televisión argentina es excelente”.

Mentiras. Aunque no viene al caso, no está de más confirmar que nuestra televisión es una porquería, y en cuanto a los actores que ahí se incuban, el 92% de ellos - un porcentaje estimado más o menos a ojo - debería agradecerle a Alá cada mañana haber nacido absurdamente alineados al patrón de belleza vigente, detalle sin el cual estarían trabajando de repositores en un supermercado chino o redactando memos en un banco, como tanta gente de verás decente. Por no hablar de productores, grotescos remedos de rey Midas, promoviendo incesantes y violentos accesos al vejado recto del arte por unos cuantos denarios, que ya mismo quisiera uno mismo empezar a cobrar.

Pero dejemos que del asunto de la televisión se encarguen la TV Guía o Jorge Rial, y tomemos otro cine como disparador: la industria norteamericana. El objetivo de casi todas sus producciones es el de crear artefactos mediocres, capaces de transformarse en éxitos apelando a la vulgaridad que comparten con el espectador. Y no podemos decir que la industria norteamericana del cine no sea exitosa en ello. Esa es su pretensión y la concretan; lo cual es un ejemplo de coherencia, pero también una lástima, ciertamente: se nos reduce como público a meros consumidores, no más lucidos que un señor que compra un vino en cajita en el mismo supermercado chino en el que debería trabajar ................... (Por favor, complete la línea de puntos escribiendo sobre ella el nombre de su actor de televisión favorito. ¡Aguante la ficción!).

A diferencia del norteamericano, el cine nacional abunda en pretensiones mucho más elevadas que las leyes del mercado, pero que habitualmente, igual que una masturbación, terminan en el inodoro. Poesía trunca, historias subterraneas intrascendentes, metáforas de segundamano. Dicen que nuestro cine ha tenido su época de oro, aunque tan lejana como nuestras ilusiones de ser una gran nación. Tan, tan lejana, que tal vez no es más que otro cuento que alimenta nuestro narcisista ego nacional.

Por otra parte, sería una necedad no reconocer que hay grandes películas argentinas, tanto como injusto hacer un nombre, a riesgo de olvidar cinco. Si hasta hay algunos buenos actores, pero sólo unos pocos, aunque esta escasez no sea un problema sólo de nuestro medio, sino una constante en el mundo del arte dramático (y del arte en general, si se quiere). Y es que si hubiera muchos que son buenos, ¿cuál sería el mérito? Ser generadores de ese contraste es el verdadero aporte de los malos actores y de las malas películas: sabemos que existe algo a lo que se puede definir como "lo bueno", porque hay mucho de aquello otro que siempre es mucho más fácil de identificar, a lo que normalmente etiquetamos como "lo malo", y sólo gracia a ello.

De entre la producción nacional, por nombrar algunas de las más recientes, pueden destacarse El aura y Tiempo de valientes, dos películas que nos tientan a volver a ver cine nacional. Aunque la primera finge más de lo que en realidad oculta y la otra se basa en una formula gastada por Hollywood, y ambas pueden considerarse un buen paso hacia un cine, al menos, más entretenido - que, al fin y al cabo, de eso también se trata el arte, carajo. Quedará para otra oportunidad hacer algún comentario en particular acerca de ellas. Sólo porque ya me aburrio el tema.

(Artículo publicado originalmente en revista Tólbac)