jueves, 22 de noviembre de 2007

CINE - Beowulf, de Robert Zemeckis: Chico con juguete nuevo

A Robert Zemeckis, cuyo segundo nombre es Midas, se le ocurrió otra idea: volver a utilizar la fórmula de combinar la animación 3D con el trabajo actoral, como ya había hecho con rédito en El expreso polar. Para eso desempolvó el Beowulf, un poema épico compuesto en el siglo VIII d.C., pero del cual sólo se conserva un único manuscrito tres siglos más joven; se trata del documento más antiguo escrito en lengua inglesa, y por ello tiene el valor de ser el texto fundacional de la cultura anglosajona. El poema recrea las hazañas de un príncipe gauta, una de las tantas tribus germanas diseminadas por las penínsulas de Escandinavia y Jutlandia entre los siglos IV y V d.C., con un estilo que remeda toscamente el de las composiciones homéricas. Al mando de catorce guerreros, el héroe llega a Dinamarca, tierra del rey Hrotgar, para enfrentar a un monstruo devorador de hombres llamado Grendel, contra quien nadie ha podido. Beowulf ofrece a Hrotgar deshacerse de Grendel y el rey promete traducir su gratitud en oro. Sólo con sus puños, el héroe consigue arrancarle un brazo a Grendel y la alegría vuelve a palacio. Pero la paz será breve: se sabe que no hay furia más atroz que la de una madre que defiende a su hijo, y hasta los ogros tienen una.

En Beowulf la incógnita pasaba por saber cuánto respetaría Zeme-ckis esta historia que es puro heroísmo y nobleza, o cómo se las ingeniaría para incorporar algunas subtramas que el original no contempla, pero que son indispensables para que un producto se vuelva masivo. Con astucia, el viejo Bob hace uso de la opción shakespeareana: con trazos gruesos añade amores imposibles, herederos indignos, dramas de alcoba, complejos de culpa y no se priva de convertir al héroe en rey de Dinamarca. Y claro, algo acaba oliendo mal. Porque estas variaciones podrán cerrar para quien desconozca del poema original, pero serán una traición para el avisado, ya que a pesar de respetar los nudos dramáticos de la historia, muchas veces se degrada el espíritu de los personajes, cargándolos de conflictos y dudas que en el poema no tienen. Además abunda en giros vulgares, siempre de tono sexual, que en pos de un realismo costumbrista innecesario desdibujan el carácter mítico del relato. Así, el Beowulf de Zemeckis, de una excelente factura técnica donde no pueden dejar de disfrutarse las escenas de combate, en especial la batalla final, no es novedoso ni muy fiel a su fuente, aunque logra quedar bien parada entre otras buenas versiones anteriores. Fuera de la vulgar adaptación futurista con Christopher Lambert, están la más esquemática y venal del dúo Crichton/ McTiernan, Trece Guerreros, y la sutil Beowulf y Grendel, del islandés Sturla Gunnarsson, con el hoy famoso Gerard this is Sparta Butler como protagonista, en la que el héroe consigue hacer un verdadero camino de transformación, manteniendo a la vez los valores de un poema que cautivó a Borges, Tolkien y C. S. Lewis, entre tantos otros.

(Artículo publicado originalmente en Página 12)

jueves, 15 de noviembre de 2007

LIBROS - Teoría del desamparo, de Orlando Van Bredam: La democracia como cadáver en un baul


Alguna vez se le ha ocurrido imaginar que una mañana se levanta para ir a la oficina, como siempre, y se encuentra con el cadáver de un desconocido en el baúl de su propio auto. Piénselo bien, ¿qué haría? Es verdad: las posibilidades son muchas, absurdas casi todas. Mejor piense en otra cosa.
Como usted no suele salir de Buenos Aires no tiene porque conocer a Orlando Van Bredam, escritor entrerriano dedicado a la docencia, con varios libros publicados y residencia en Formosa. Sin embargo un día Van Bredam obtiene el premio Emecé de novela 2007 por Teoría del desamparo, y usted se entera de que la historia del cuerpo en el baúl es el comienzo de esa novela, en la que se mezclan en dosis más o menos equilibradas el policial con la sátira política, regada de humor negro y no exenta de ironías que propician la crítica social. Ahora sí, piense qué haría: ¿seguiría leyendo?
Sí eligiera continuar, usted se enteraría de que el muerto es un político muy importante y muy corrupto, que ha sido secuestrado días atrás y al que la policía de todo el país busca con prisa. Y vería que el autor utiliza esta figura para cuestionar primero a toda una clase política -la de los feudos provinciales, la de quienes utilizan el poder para causas privadas, y a la que ya se le ha pedido que se vayan todos-, pero también a un sistema cuyo único objeto parece ser el de revalidar sus paradojas cada cuatro años, por consenso popular. La democracia como un cadáver que lleva casi 25 años pudriéndose en los baúles de todo un país.
Al final de Teoría del desamparo, usted no dejará de preguntarse por qué el autor ha elegido narrar la historia en una infrecuente segunda persona y no le será difícil relacionar ese tono declamativo, con el de un profesor que invita a sus pupilos a tomar el lugar del sujeto para comprender los pormenores de una hipótesis determinada, aquí teoría del desamparo. Sin embargo no estará seguro de si eso alcanza a justificar este experimento, en el cual el recurso queda siempre delante de la novela como un vidrio turbio entre el lector y el texto. Más allá de ese elemento de distracción, seguramente usted rescatará el oficio de Van Bredam para hacer de Teoría del desamparo una novela legible a pesar de lo anterior, la sencillez de una narración fluida y alguna que otra observación ingeniosa.

(Artículo publicado originalmente en suplemento cultura del diario Perfil)

CINE - Quiéreme, de Beda Docampo Feijóo: El viaje interior

En cualquiera de los medios que cubren los estrenos cada día jueves, es inevitable que en alguna de las reseñas se aborde el tema de los argumentos repetidos: que esta película recuerda a esa otra, que tal historia no es sino una variación de aquella que ya fue filmada varias veces. Borges solía decir respecto de la literatura -y de paso justificaba su costumbre de retomar el argumento de un cuento en otros, siempre distintos- que ya todo ha sido hecho, y que no puede aspirarse más que a la reescritura. Aunque no se trate de un simple refrito, esa idea sobrevuela todo lo que dura Quiéreme. 
Cuando Pancho recibe una nena como si se tratara de un envío puerta a puerta, no imagina que su fantasía del mundo perfecto acaba de terminar: su pareja con una chica varias décadas menor, un exclusivo restó recién inaugurado, la tranquilidad de un lujoso departamento en Puerto Madero; todo eso pierde cuando se entera que tiene que hacerse cargo de Amparo, la nena. Pero ¿quién es ella? Pues no: no es una hija desconocida que un pasado ya olvidado le planta en el camino. No, pero anda cerca. Amparo es su nieta, hija de una hija que vive en España, a la que Pancho no ve hace más de diez años y a quien le sugirió que lo pensara bien, cuando recién embarazada vino a buscar su consejo de padre. Sucede que Lucía, su hija, está atravesando una crisis por la muerte de su madre y no se siente en condiciones de hacerse cargo de la niña. Movido más por la necesidad de sacarse el problema de encima que por vocación paternal, Pancho viaja a Madrid. Con dificultad, reconstruirá por fragmentos la historia de esa hija casi olvidada, y no tardará en saber que él mismo es una de las piezas centrales del rompecabezas. 
Moviéndose inicialmente en un terreno de comedia dramática, en el que la relación entre el adulto y la niña dará pie a situaciones tiernas que inevitablemente traerán otras películas a la memoria, Quiéreme será también un diario de viaje, una especie de road movie transatlántica, para desembocar en la tragedia de perfil griego y, tal vez por eso, no exenta de justificación freudiana. Como Pancho, Darío Grandinetti es más convincente en este último tramo que en los lapsos de comedia: sin dudas los veinte minutos finales deben estar entre lo mejor de su trabajo en cine. Marrale compone con gracia a un amigo de Pancho, escritor y putañero, y el breve personaje de Brandoni se parece más al militante radical de pocas pulgas de la realidad, que a su eterno personaje de chanta porteño de la ficción. Ariadna Gil cumple como la hosca amiga de Lucía y la niña Valdivieso consigue algunos rescatables momentos de naturalidad. A pesar de las reminiscencias y de un guión que se permite dejar algunas cuerdas sin tensar, Quiéreme, de Beda Docampo Feijóo (guionista de Camila y El último tren), redondea una narración efectiva y sobre todo, cuenta una historia concreta y completa, objetivo que en el cine nacional no necesariamente abunda.
 
(Artículo publicado originalmente en Página 12)