viernes, 27 de marzo de 2009

CINE - Asterix y los Juegos Olímpicos (Astérix aux jeux olympiques), de Frédéric Forestier y Thomas Langmann: Regreso abusivo a la historieta.


Como un arte apenas joven, el cine se ha nutrido de forma permanente de parientes mayores como el teatro y la literatura. Últimamente viene estrechando vínculos con su primo más cercano, al menos en edad: el cómic. Astérix es un ejemplo de esa relación entre cine e historieta que, no podía ser de otra manera, tiene su mayor dinámica en las industrias norteamericanas, aunque los personajes europeos viene en alza. A esta tercera entrega de Astérix se sumarán la adaptación de Lucky Luke (filmada aquí en Argentina, con algunos roles secundarios a cargo de actores locales) y la esperada versión de Tintin de Steven Spielberg. Por no hablar del enigmático Eternauta de Lucrecia Martel.

La historia de Astérix en los Juegos Olímpicos transcurre en los primeros años del Imperio Romano, es sencilla y acierta al no alejarse de los tópicos habituales de la historieta original. Lunátix es un romántico y algo torpe guerrero galo que se ha enamorado de la princesa griega Irina. Para su desgracia ella ya fue prometida a Bruto, el hijo del César, lo cual no impedirá que el muchacho, para impresionar, se postule como ganador de los próximos Juegos Olímpicos, ni que Irina ponga ese logro como condición matrimonial. El desafío olímpico será la excusa para que Astérix, Obélix y otros voluntariosos galos acompañen a su amigo a los juegos en representación de las Galias. Para el film es la oportunidad de activar un arsenal de efectos ampulosos pero sin sorpresa, y sus gags de humor físico que tampoco sorprenden ni son demasiado efectivos.

Astérix en los Juegos Olímpicos es la tercera película que se hace del personaje en 10 años, insistencia que se sustenta en el éxito de la saga del ya de por sí exitoso cómic, sobre todo en Europa. Las dos primeras han contado con la presencia de importantes estrellas europeas (Laetitia Casta, Alain Chabat -quien además dirigió la anterior, Misión Cleopatra -, Mónica Bellucci o Roberto Benigni). Esta tercera, lejos de ser la excepción, corre con la ventaja de la vuelta de Alain Delon al cine tras (que casualidad) 10 años sabáticos en los que se mantuvo lejos de los sets. Y que otro papel podía caberle mejor al rey Delon dentro de la saga de los galos irreductibles que el de emperador Julio César. Que su regreso es una fortuna para el cine, no caben dudas; ahora que su regreso sea afortunado, ¡ah!, esa es otra cosa. Porque es cierto que su figura puede -sólo en teoría - convocar hordas de viejos admiradores que, es probable, sonreirán al verlo aparecer por primera vez, adorándose frente al espejo (César no envejece: ¡madura! Sus cabellos no se ponen blancos… se iluminan, le dice a su propia imagen). Pero no verán mucho más que el azul de sus ojos en unas cuantas escenas de escasa relevancia; no para la película, claro, pero si dentro de su carrera. Algo mejor (apenas) les va al irreconociblemente delgado Santiago Segura y al belga Benoît Poelvoorde en el papel de Bruto, casi un desconocido por aquí pero que hiciera un breve y estupendo personaje, al que siempre se ve de espaldas y de la cintura para abajo en la ácida comedia Aaltra, estrenada en Buenos Aires el año pasado. La presencia de Depardieu como Obélix confirma que su elección para el papel es inmejorable, en tanto que Astérix ha cambiado la piel de Christian Clavier por la más joven de Clovis Cornillac sin que ello afecte demasiado al personaje. El resto, para no desaprovechar el motivo olímpico, son cameos de deportistas famosos. Así se van turnando Michael Schumacher y Jean Todt, Amelie Mauresmo, Tony Parker o Zinedine Zidane, pero a esa altura ya el resultado es irremontable.


Artículo publicado originalmente en el diario Página 12.

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