martes, 15 de septiembre de 2009

CINE - Las viudas de los Jueves: Con los pies en el barro.


El éxito es un bien de inapreciable valor en los tiempos que corren. Desearlo no es inmoral a priori, ni es raro que otros intenten obtener beneficios de la conquista ajena, porque el éxito trae poder, y quienes lo alcanzan disponen de un argumento elocuente para hacer oír su voz, para aceitar en los otros el mecanismo de la confianza. Porque existe la convicción casi supersticiosa de que el éxito es contagioso y nadie quiere ser inmune a esa infección. Así las cosas, que Las viudas de los Jueves llegara al cine era sólo cuestión de tiempo: la novela con la que Claudia Piñeiro obtuvo el premio Clarín de novela 2005 y que cuatro años después ya alcanzó su vigésimo primera reimpresión, es sin dudas uno de los grandes éxitos editoriales de los últimos tiempos. Con dirección de Marcelo Piñeyro (El método; Kamchatka; Tango feroz, entre otras), la versión cinematográfica de Las viudas… intentará desde este jueves replicar aquel suceso.
La historia que narran novela y película, con sutiles diferencias, es más o menos la misma: la vida de un grupo de parejas que tras las murallas de un fastuoso country disfrutan de su momento de, sí, éxito económico. Se sabe que el dinero no compra la felicidad, pero que alcanza para alquilarla por un rato; y para los protagonistas ese ratito, unos diez años, está llegando a su desenlace. Ambientada a finales del año 2001, Las viudas… ofrece una versión trágica del epílogo de aquella década de neoliberalismo desde el epicentro mismo de la burguesía, donde las anteojeras del propio confort ayudaban a ocultar la certeza de la caída. Para los Piñe[iy]ros, lejos de intentar tomar distancia, ambos han sabido narrar una historia “con los pies bien hundidos en el barro”, según dice Marcelo. “Algo que me gustó de la novela y que intentamos mantener en el cine es justamente no hablar desde afuera, no ponerse en el cómodo lugar de ‘A ver… hablemos de las boludas menemistas’, como si eso fuese algo que no tiene nada que ver con nosotros”, completa y de inmediato cuenta con la aprobación de Claudia: “Hubiéramos repetido lo que le criticamos a esos personajes: no hacernos cargo de la parte que nos toca”.
Ese admitir la propia carga implica la aceptación colectiva de la culpa por omisión, la responsabilidad del actor silencioso que engordó a costa del vaciamiento. En la base de esa felicidad casi distópica –la burbuja en la que viven los personajes puede compararse con la realidad narcótica de Un mundo feliz, célebre novela de Aldous Huxley-, está la risa de las hienas que se benefician de la carroña descartada por los grandes depredadores y que se niegan a resignar su éxito, otra vez palabra clave. Marcelo Piñeyro entiende que Las viudas… es “el retrato de una clase burguesa que se cree dueña del poder, cuando en realidad no son sino esclavos aferrados a un mecanismo de negación permanente”. Una negación sostenida en la conveniencia: “Hay determinados actores sociales que creen que porque no han hecho nada no son responsables y eso a mi me inquieta, me irrita. Las personas somos responsables de lo que hacemos, de lo que miramos y también de lo que callamos”, cierra Piñeiro. Pero el Tano, personaje central del relato, interpretado en la película por Pablo Echarri, “es incapaz de hacer una lectura moral de sus acciones”, concluye el director, entregando una clave para jugar a entender a los protagonistas y no sólo “explayarse en la condena a partir del juicio hecho. Entonces hasta podemos conmovernos ante la destrucción de los personajes”. No por nada ambas versiones empiezan por el final, como si desde siempre la muerte fuera el desenlace lógico, tanto para la ficción como para aquella realidad de la que se pretende ser espejo.
Los personajes se destruyen en el impacto con una realidad en la que el Estado se encuentra tan ausente, tan vacío, como la mirada que ellos mismos tienen frente a esa decadencia miserable que se negaron a registrar. “Las viudas… es el relato de una década en la que el Estado se retiró”, dice Piñeiro y el director completa la idea: “Es la década de la destrucción, cuando el Estado era el enemigo”. Casi otra década ha pasado desde aquel contexto social, tan necesario e ineludible para hacer verosímil el universo de Las viudas de los Jueves. “La novela es claramente un retrato de aquellos diez años del menemismo y la Alianza. Eso es algo que en la película sacrificamos con dolor, para concentrarnos en el retrato de estas parejas exitosas, pero que no tienen más que arena en las manos: son desconocidos y hasta sus propios hijos le son desconocidos”. Con alivio, Claudia dice que por suerte la película “no cae en la simplificación costumbrista de la vida dentro del country. Las viudas de los Jueves no es Amas de casa desesperadas”.

Artículo publicado originalmente en la revista Ñ.

ENTREVISTA - María Grazia Cucinotta: Sabor mediterraneo

No es un secreto que desde hace un tiempo San Luis se ha transformado en una suerte de impensada tierra del cine en la Argentina. A partir de importantes créditos para la financiación de la industria cinematográfica, la provincia se ha convertido en Saállywood. Allí, en los estudios que San Luis Cine tiene en La Punta, en medio de las montañas y el desierto, el director Diego Musiak consiguió reunir un elenco por demás heterogéneo para filmar ¡Hostias!, su nueva película. Entre los convocados se destacan el gran nombre de Geraldine Chaplin y el de la italiana María Grazia Cucinotta, quien saltara a la fama mundial a partir del éxito de la popular El cartero, película por la que el argentino Luis Bacalov se llevó un Oscar a la mejor banda sonora en 1994. Allí interpretaba a Beatrice Russo, una mujer tan simple como deslumbrante que operaba de manera simultanea como musa y amor imposible del protagonista, cuyo oficio es el que da nombre a la película. Si bien la carrera de La Cucinotta, como se la conoce aquí desde entonces, no se ha detenido en estos quince años (los más atentos la habrán reconocido en la película de culto española El día de la bestia, de Alex de la Iglesia, o en El mundo no es suficiente, tercera película con el irlandés Pierce Brosnan en la piel del famoso 007), para la mayoría no existen puntos intermedios entre su fugaz aparición en Il postino y su llegada para protagonizar esta comedia romántica en San Luis. Es por eso que ella no se sorprende si alguien se manifiesta extrañado ante la idea de una película que la reúne a una actriz de trayectoria envidiable, como la Chaplin; a un coprotagonista como el ascendente español Antonio Chamizo, quien tiene en su país una compañía teatral con la que realiza puestas de obras clásicas del Siglo de Oro español y que se inició como experto en escenas de acrobacia con autos y motos; y figuras populares del medio local, como Miguel Ángel Rodríguez o Luciana Salazar.

-Si vas a mirar el elenco de una manera aislada de toda realidad, entiendo que pueda parecer extraño: algunas estrellas extranjeras junto a estrellas argentinas, más una leyenda del cine como Geraldine, todos juntos encerrados filmando en un estudio perdido en el desierto. Es casi el argumento para otra película. Pero dentro del contexto en que se produce hoy en día, donde la coproducción sostiene gran parte del cine que se ve, entonces ya no es tan raro. La idea básicamente era realizar una película que fuera argentina, por supuesto, en donde de algún modo pudiera verse algo de este país.

Entonces María Grazia se reclina en el sofá de su camarín, sonríe y allí se acaban los argumentos: tiene los ojos oscuros como abismos y una de esas bocas que, apenas con mostrar los dientes blancos detrás de sus labios, puede ser mucho más convincente que el más encendido de los discursos. Con su casi metro ochenta erguido sobre empinados tacos, las piernas largas y la evidencia irrefutable de su escote, la Cucinotta casi es la prueba definitiva de la mítica y apasionada sensualidad italiana. La fantasía hecha cuerpo. Pero ella parece acostumbrada a la mirada deslumbrada de los otros y continua hablando como si nada de ¡Hostias!, la película que ha venido a filmar.

-Se trata de una comedia realmente fantástica. A mí me encanta el género y creo que en este caso se trata de una comedia romántica inteligente y elegante; una película dentro de otra, en donde nunca sabés bien qué es verdad y qué no. Creo que cuando la película pueda verse, todo el mundo podrá identificarse con la historia de los protagonistas. Creo que estamos haciendo una película muy entretenida y que el casting es sumamente apropiado.

Fotos del alma.

Cuando María Grazia Cucinotta habla de trabajo lo hace concentrada, tratando de encontrar entre el italiano, el inglés y su castellano básico, la mejor de las formas para dar la respuesta profesional que se espera de ella. Sin embargo cierta interferencia emotiva se cuela en su voz cuando debe hablar de dos mujeres: su hija de siete años que ha quedado en Italia, y Geraldine Chaplin, con quién ha entablado una amistad bastante profunda en muy poco tiempo. Y además ya han sido compañeras de elenco en L´imbroglio nel lenzuolo, película producida por la propia Cucinotta, actualmente en post producción.

-¿Qué significa trabajar con una actriz como Geraldine Chaplin?

-Para mí Geraldine es magia pura. No necesita ni moverse, le alcanza con estar ahí para que la película o el lugar en donde esté, se vuelva mágico, porque ella lo es. Es mágica su persona, es mágica la actriz, su forma de ser tan simple. Es auténtica, única…

-Y lleva la historia del cine en la sangre.

-Absolutamente. Pero es más que eso todavía; tiene algo más que se me hace difícil de explicar: es la energía, es... es...

Hace una pausa intentando encontrar esa palabra que se le niega en tres idiomas. Sus ojos la buscan en el cielorraso inútilmente. La luz del sol se mete entre las varillas de una persiana americana e ilumina su perfil por un segundo, dando a su piel una textura ligeramente dorada.

-… yo la amo. La conocí precisamente aquí en San Luis, como te dije, y aquí le pregunté si quería ser parte de mi película, la que estoy produciendo. Desde entonces no puedo dejar de amarla y agradecerle: como persona, como amiga… Creo que ella es un regalo que me ha dado la vida.

-Una constante en su carrera es la de haber trabajado por todo el mundo, desde su país hasta los Estados Unidos, en co producciones europeas, y ahora aquí en Argentina. Usted misma habla de la forma en que se produce el cine en la actualidad. ¿Por qué se ha vuelto tan importante la coproducción en el cine fuera de los Estados Unidos?

-Porque ofrece la posibilidad de hacer grandes películas que de otro modo serían irrealizables. Cuando filmás en Estados Unidos nunca se comete un solo error: todo es perfecto, todo está probado y es seguro. No hay problemas de dinero ni nada por el estilo. Pero hacer una película independiente, como ¡Hostias!, te permite cambiar cuanto quieras, modificar el guión sin pedir ni necesitar el permiso del estudio o del guionista, ¿entendés? Todo es mucho más fácil. Tenés la posibilidad de convertir una historia simple en una película increíble. Il postino, por ejemplo, fue una película muy sencilla, muy romántica y poética, y sin embargo muchas veces debimos recurrir a la improvisación. Sólo este tipo de producciones te dan esa libertad.

-Pero el hecho de vivir viajando se convierte de alguna manera en un efecto colateral. ¿Afecta eso en su vida personal?

-Chi mi ama, mi prende cosi come sonno [Quien me ama, me toma así como soy] (risas). Mirá, estoy casada hace 15 años y mi marido lo sabe: soy una zíngara, una gitana. Ahora he tenido algunos problemas, porque he estado lejos por bastante tiempo y, la verdad, extraño a mi hija muchísimo. ¡Es tan difícil dejarla…! No puedo vivir sin ella: me duele estar tan lejos de mi hija.

-A pesar de ese dolor, ¿le da lo mismo viajar que no viajar?

-No, no. La experiencia de viajar te da la posibilidad de compararte con otras personas, con otras culturas. Se aprende muchísimo. Para conocer a veces es mejor viajar que leer un libro, porque cuando viajás compartís emociones con otros, con otras formas de comunicarse, otras formas de vivir… Creo que es otro gran regalo tener la posibilidad de viajar. Como turista, es verdad, podés ver una cantidad de sitios preciosos; pero cuando te instalás dos o tres meses en una ciudad y trabajas con gente de allí, podés descubrir la cultura, las tradiciones y realmente llegás a conocer ese sitio.

De la escena al negocio.

Media cabeza por encima de casi todos, María Grazia va por el plató como va cualquiera: después de dos semanas de rodaje ya todo el equipo se han acostumbrado a que ella es uno más del grupo. Incluso son varios los que, imitando su cadencia italiana, entonan el “¿Come diche?” que ella lanza a repetición cada vez que no entiende alguna palabra. Elegante, La Cuchi –como la llaman todos- simula no escuchar nada y sigue con su trabajo sin jamás negar una sonrisa a ninguno.

-Mencionó la película que está produciendo. ¿Cómo ha sido su experiencia como productora?

-Ha sido muy, muy difícil. Pero ya llevo producidas más de seis películas y en algunas el trabajo ha sido más simple, sobre todo si trabajás con gente sencilla. Pero también hay películas, ya te imaginarás, en las que cometés errores, las cosas no te salen como esperabas y te encontrás con que has elegido la persona equivocada. Pero en algún momento te acordás de que sólo se trata de una película y tratás de tomarlo con calma.

-Para esta última película se ha rodeado de un gran equipo.

-Y no ha sido para nada sencillo. He contado con un fantástico casting técnico, porque he tenido a Alfonso Arau como director, a Vittorio Storaro en la fotografía [ganador de tres Oscars, uno de ellos por Apocalipse Now, de Francis Ford Coppola], he compartido elenco con una gran actriz como la francesa Anne Parrillaud, la protagonista de Nikita, y la propia Geraldine. Cuando trabajas con directores, fotógrafos o actores tan importantes, siempre es muy difícil satisfacerlos a todos, porque cuando tratás de que uno esté feliz y lo conseguís, resulta que tal vez haya otro que no esté tan feliz. En este caso se trata de una producción realmente grande y por fortuna hemos llegado hasta el final muy bien, porque el resultado ha sido una gran película. Pero también una experiencia agotadora.

-Justamente Storaro tiene fama de ser una persona bastante complicada…

-Pero sin embargo en este caso no ha sido difícil para nada. Es un gran artesano que literalmente trabaja de la mañana la noche. Nunca se detiene, siempre está concentrado. Sabe lo que quiere con exactitud y cómo conseguirlo: lo que sea que tú quieras, él sabe cómo hacerlo. Además tienen una gran conexión con Alfonso [Arau], porque es la tercera o cuarta película que hacen juntos y saben cómo tratarse y colaborar para hacer un gran equipo. Así que no ha sido nada difícil por ese lado.

-¿Entonces en dónde estuvo la dificultad?

-En una producción tan grande, con tantas estrellas, lo difícil precisamente es mover “la máquina”. No es por ellos específicamente, sino por toda la gente que se mueve en torno a las grandes estrellas. Cuando trabajas con un equipo de 150 o 200 personas, lo difícil es organizarlo todo, que todos estén contentos y aun así, que todo esté bajo control. Insisto: prefiero películas como ésta que estamos haciendo aquí, independientes, más simples, con gente que trabaja porque tiene ganas y por el placer de hacer una buena película.

Perfume de mujer.

El rodaje avanza y la italiana ya ha desfilado por los distintos decorados de la película luciendo decenas de cambios de vestuario: la parte masculina del equipo se ha beneficiado siempre con los ubicuos y generosos escotes. Verla llevar un vestido sencillo de un algodón blanco casi agreste, devuelve al presente los viejos fotogramas de Il postino que la memoria se ha negado a descartar. Y como en los recuerdos todo se encadena, su figura trae a la rastra la desmesurada carnalidad de Stefania Sandrelli; la sensualidad salvaje de Claudia Cardinale; hasta el figurín vintage de Gina Lollobrigida. Y por supuesto, las curvas ineludibles de Sofía Loren, voluptuosa reina madre del cine italiano. Justamente su aparición en El cartero le valió la inclusión dentro del exitoso estereotipo de la belleza mediterránea y los amantes de las comparaciones no se hicieron esperar.

-Podés imaginarte que para mí ser comparada con Sofía Loren fue y es un honor muy grande. Ella es una figura que es muy importante para la historia del cine de mi país.

-¿Le gusta el cine italiano?

La verdad que sí: mi piacce molto. Lo que lamento es que ya no existen aquellos grandes directores, ya no hay un Fellini ni un De Sica. Creo que De Sica, al menos en mi opinión, es El director. No hay ninguno como él. Hoy en Italia podríamos hablar de Tornattore, que es un gran director y su modo de hacer películas es fantástico. Pero De Sica ha sido capaz de poner en cada película algo que de verdad es único y lo ha hecho de manera tan sencilla y simple, que difícilmente vuelva a haber algún director con esa sensibilidad. Es una lástima.

-¿En algún momento sintió que el aspecto físico en lugar de ser algo positivo se convertía en un problema?

-Seguro. A veces algunos directores o autores me han dicho que no creen que pueda hacerme cargo de algunos roles porque mi imagen en lo visual es demasiado poderosa. Incluso sin maquillaje o intentado cambiar de aspecto de manera radical, la imagen continua siendo muy fuerte. Por mi parte pienso que cuando se elige a una actriz es por lo que ella puede llegar a entregar en lo emotivo, no por la imagen. La imagen es útil para promocionar una película, pero para hacerla lo importante es lo emotivo. Uno no debe preocuparse por la belleza o por el aspecto físico sino por lo emocional, que es lo único que en definitiva le importa al público.

-Hay un lugar común que asegura que las mujeres demasiado altas o demasiado vistosas, o las muy independientes, intimidan un poco a los hombres. Usted es todas esas cosas: ¿ha sentido ese efecto alguna vez?

-Me ha tocado compartir elenco con actores que preferían no trabajar conmigo, porque suponían que una iba a acaparar toda la atención por ese motivo. En verdad es una situación muy difícil y cuando sucede intento no pensar en eso demasiado. Trato de enfocarme en el trabajo y en lo que tengo que hacer.

-¿Y en su vida fuera del trabajo?

-Tal vez… pero en general creo que no. Estoy cómoda conmigo misma.

-Si tuviera que elegir entre la belleza y el talento o las habilidades emotivas que ha conseguido desarrollar en su carrera, ¿cuál sería su decisión?

-La belleza nos viene; el talento siempre se puede aprender (risas). Era así la cosa, ¿no?

Y de la pantalla a la vida.

María Grazia Cucinotta, que entre risas ha elegido a la belleza sobre el talento pero no tiene un pelo de zonza, sabe bien que el cine es ante todo una instancia de poder.

-Es necesario ser cuidadosos: una película es la forma más fuerte de comunicar que existe hoy en día. Los norteamericanos han conquistado el mundo a través de ellas: en todo el mundo están sus filmes y han sido los primeros en aprovechar esa herramienta. Son ellos quienes nos dicen desde el cine cómo vestirnos, qué comer, qué está de moda, quiénes son los héroes, y bla bla bla.

¿Y es posible adaptar ese método a otras culturas?

Creo que debemos entender que tenemos que hacer películas que representen nuestras culturas, hacer que nuestro cine cuente nuestra propia versión de la historia, para que el público más joven sepa que existen otras formas, otros puntos de vista. Por supuesto, es una gran responsabilidad.

¿Cómo administra su tiempo libre? ¿A qué lo dedica?

Faccio la mamma [Hago de madre]. Pero también soy embajadora del World Food Programme (Programa Alimentario Mundial) de las Naciones Unidas, así que cuando tengo algo de tiempo viajo con ellos en las misiones de socorro. También tengo mis propias organizaciones: una en Bielorrusia, un orfanato para chicos con problemas. El asunto es que cuando nadie quiere adoptarlos y llegan a los 16 años, son encerrados de forma permanente en un hospital mental en Rusia. Y como no queremos que eso suceda, compramos está casa en donde les enseñamos a ser más independientes, a desempeñar distintas tareas y trabajos. La otra es un hospital de pediatría en Botswana para niños infectados con el virus del HIV, en donde los atendemos e intentamos mantenerlos con vida. Creo que esa es la mejor manera en que puedo ocupar mi tiempo libre, porque si uno ha sido tan afortunado como yo lo he sido, entonces debe intentar dar algo a otras personas. Me parece que es la única forma de sentir que soy realmente un ser humano.

A partir del contraste que usted muestra entre la vida de la estrella que decide tender su mano a ese otro mundo tan necesitado, ¿cuál es su percepción del futuro?

Prefiero verlo con esperanza, siendo siempre positiva. No tengo temor; el miedo no es algo que me asuste, porque creo que mientras tengas la esperanza y la oportunidad de hacer algo, entonces tenés que hacerlo. Uno puede cambiar su vida y cambiar la vida de otros, dándoles la posibilidad de cambiar y mejorar sus propias vidas.

Cucinotta en famiglia.

María Grazia Cucinotta ha tenido pequeñas participaciones en dos de las familias más populares de la televisión norteamericana de los últimos treinta años, como lo son Los Simpsons y Los Soprano. En el dibujo animado le tocó hacer el papel de la esposa italiana de Bob Patiño, en tanto que fue parte del capítulo doce de la primera temporada de la saga mafiosa.

-Cuando participé de Los Soprano, la serie recién comenzaba y no era para nada popular, pero de todas formas fue una gran experiencia. Todo el mundo allí trabajaba realmente mucho y siempre es bueno participar de proyectos que luego se convierten en productos tan exitosos. Lo de Los Simpsons fue una experiencia muy distinta y realmente divertida, porque cuando vas ahí no te dan ninguna referencia: el dibujo animado no está, nunca lo ves.

-¿Y entonces cómo se hace?

-Tenés que trabajar con tu voz de acuerdo a lo que te pide el director. Entonces actuás, pero nunca sabés ni quién sos, ni dónde estás ni qué es lo que sucede. Tenés que imaginarte todo y actuar como si hubiera una orquestra sonando y tu marido acabara de salir de la cárcel, y vos fueras una chica italiana sexy y antipática… fue muy divertido. Aunque en algún momento asusta no saber en qué te van a convertir (risas), pero después ellos terminan de dar forma al personaje. Francesca, mi personaje, tiene pelo negro muy largo, unos dientes y unas tetas enormes y esa voz chillona que me pidieron.

-Parece haberlo disfrutado mucho…

-Fue divertido; ser parte de un dibujo animado es una de las cosas más agradables que me ha tocado hacer como actriz. Sobre todo porque no tenés que preocuparte por el maquillaje (risas).


Entrevista completa. Publicada parcialmente en la revista C del diario Crítica

domingo, 6 de septiembre de 2009

LIBROS - ¡Burundanga!, de Edgardo Cozarinsky: El canto del viejo marino.


La añoranza de toda memoria, de su contenido y de sus formas, es una de las cuerdas que amarran los textos de Edgardo Cozarinsky a una estética que sólo puede ser mensurada en relación al pasado. Adyacente a la de Borges por necesidad, en la obra de Cozarinsky ese pasado es siempre una ficción tramada desde un presente que incluye el trazo ancestral de viajeros lejos de su tierra, donde el carácter inmigrante de sus padres se prolonga en su propia condición de exilado, de modo que cada recuerdo adquiere el valor de una joya de familia. Un tesoro perdido e irrecuperable.
En las narraciones que conforman ¡Burundanga! prevalece el tono satírico y el humor. Si alguien ya se ha encargado de orientar al lector en el abordaje del Pato Donald, revelando las argucias del palmípedo al servicio del capital, aquí es otro escritor de raíces eslavas quien narra las miserias de otras dos viejas estrellas explotadas por los estudios del mítico hombre helado, en un relato patético que carga la sórdida marca del policial negro. Es la misma pícara sordidez que resuma la brevedad de los arrabaleros Homenajes a nuestras vedettes infantiles o el breviario criminal del Vaticano.
Implícita y explícita (una constante en la obra de Cozarinsky), la cita a Borges es utilizada aquí para revelar un común sentido del humor, siempre auto referencial. A la mención del Ménard borgeano le sigue el recuento de las aventuras de un violador serial de taxistas, cuyos métodos se acercan más a la seducción que al ultraje. En algunos detalles alcanzará a colarse el perfil del autor, dando la ilusión de estar frente a la entretenida bitácora de sus propias travesuras y rondas nocturnas. En el camino se permitirá alimentar la vieja llama todavía encendida entre Florida y Boedo, y esbozar una clase magistral de botánica psicotrópica. Tanto, en apenas 80 páginas.


Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura del diario Perfil.

CINE - Mentiras piadosas, de Diego Sabanés: El abrazo del cine y la biblioteca.


En ocasión del estreno de su segunda película, El niño pez, la directora y escritora Lucía Puenzo afirmaba que son pocos los directores argentinos que se acercaron a cuentos o novelas de nuestra literatura y las adaptaron para llevarlas al cine. Esa idea de que la literatura puede ser un magnífico combustible, es habitual en otras cinematografías como la norteamericana, que desde siempre se ha dedicado a escarbar entre libros y que suele alimentarse constantemente de otros géneros, como la historia y la historieta, la televisión y los videojuegos e incluso, caníbal insaciable, de su propia carne. Menos poderoso, en el cine argentino estos cruces suelen ser ocasionales y no siempre felices. Por eso sorprende el caso de Mentiras piadosas, del director Diego Sabanés, película que basada en el cuento La salud de los enfermos, de Julio Cortázar, consigue hacer de esa incursión por la literatura una experiencia valiosa. Nada menos.
Uno de los ejes sobre los que se para el espectador que se acerca a una obra adaptada, es de modo ineludible la comparación. Una herramienta que el público más abierto utiliza para medir hasta que punto el nuevo artista ha sabido introducir su propia visión, y de la que el fanático echa mano para demoler al adaptador, colocándolo en el mismo asiento de traidor que se suele reservar a los traductores. Sabanés ha tenido un criterio de adaptación interesante, que pone de relieve el grado de compromiso asumido en la tarea. Si bien el cuento de Cortázar que se ha elegido como base para la película es el mencionado La salud de los enfermos (perteneciente al libro Todos los fuegos el fuego), en los que una familia completa decide ocultarle a la madre enferma la muerte del hijo menor, escondiendo un sorpresivo viaje de negocios detrás de un mecanismo de cartas inventadas y falsas memorias, Sabanés se ha permitido retorcer esa historia a partir de otra obra del mismo escritor. Se trata del emblemático Casa tomada. El director ha sabido encontrar una serie de conexiones tendidas entre ambos textos de una manera tan sólida, que de algún modo parece que hubieran sido escritos para complementarse.
Sin dudas gran parte del éxito con que la película discurre sobre la historia montada por el director, recae en el compacto rendimiento de un elenco apoyado sobre figuras de reconocida trayectoria teatral. Marilú Marini, Claudio Tolcachir, Paula Ransenberg, Verónica Pelaccini, más las apariciones de Lydia Lamaison y Victor Laplace, entre todos: ninguna de las piezas del reparto aparece nunca fuera del registro trágico de la narración, pero que a la vez requiere de suma delicadeza para incorporar los pincelazos de humor negro que, lejos de oscurecer el relato, consiguen colorear cada acto del tono adecuado. Que la película cierre sobre si misma, con ese plano espiralado que desciende y asciende sobre el centro de esa casa, habla del carácter claustrofóbico de esa familia que lo ha resuelto todo puertas adentro, pero también de la saludable circularidad que ha enhebrado, juntos, cine y literatura.


Artículo publicado originalmente en revista Ñ.

LIBROS - El colectivo, de Eugenia Almeida: El vacío de lo que ya no es.


No pocos creen que lo más complejo de conseguir para los escritores de ficción es la creación de mundos ajenos y aun así verosímiles. Mucho más para los dedicados a la literatura fantástica. Sin embargo el verdadero desafío se encuentra todavía más allá: el éxito es completo cuando consiguen tender puentes escondidos entre sus fantasías y la realidad; sendas abiertas a través del texto, a partir de las cuales el lector intrépido descubre esa luz que ilumina de un modo distinto alguna imagen de su propio mundo. Esa es justamente la virtud de El colectivo, primera novela de Eugenia Almeida: se lee como ficción, pero puede ser contemplada como retrato lúcido de una época.
Un colectivo pasa y no se detiene. Es el único que llega hasta ahí, sólo una vez al día, y su repentino capricho se convertirá en costumbre. Ya no volverá a parar en el pueblo. Al principio seguirá de largo, acelerador a fondo, con la soberbia de sus luces encendidas, eludiendo al grupo de curiosos que comienza a juntarse cada tarde noche para verlo pasar. Después a oscuras, entre fantasmas que levanta del camino. Ritos de silencio y desconfianza comienzan a cavar una red de huecos y agujeros: da miedo un pueblo tan vacío, del que no puede salirse y al cual no se puede entrar; donde el que sabe calla y el imbécil es la tierra fértil donde arraiga el horror. Esa parálisis, la inmovilidad de ese pueblo al que sólo le queda ser espectador de su propio escenario, se convierte en la paradójica evidencia de aquello que ocurrirá entre máscaras.
Es inevitable ver en El colectivo una puesta en escena que tiene mucho de drama, un transcurrir casi teatral o cinematográfico que no desgasta su valor literario. La novela de Almeida hace de la elipsis su principal recurso: el lector compartirá la ignorancia con los personajes y junto a ellos irá reconociendo a partir de la acción –ecce drama-, los secretos y sobrentendidos que nadie se atreve a poner en palabras. Sabiamente, la autora tampoco lo hace: alcanza con ser argentino o humano para comprender qué esconde tanto silencio, para reconocer esos cuatro goles mencionados al pasar. Al final habrá retornos y pérdidas definitivas, y junto a los fogonazos de una tormenta que a lo lejos ilumina el llano, ilusión antes que certeza, la esperanza de la lluvia se abrirá como un deseo en carne viva: todo pasa, todo queda…


Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura del diario Perfil.