domingo, 6 de septiembre de 2009

LIBROS - El colectivo, de Eugenia Almeida: El vacío de lo que ya no es.


No pocos creen que lo más complejo de conseguir para los escritores de ficción es la creación de mundos ajenos y aun así verosímiles. Mucho más para los dedicados a la literatura fantástica. Sin embargo el verdadero desafío se encuentra todavía más allá: el éxito es completo cuando consiguen tender puentes escondidos entre sus fantasías y la realidad; sendas abiertas a través del texto, a partir de las cuales el lector intrépido descubre esa luz que ilumina de un modo distinto alguna imagen de su propio mundo. Esa es justamente la virtud de El colectivo, primera novela de Eugenia Almeida: se lee como ficción, pero puede ser contemplada como retrato lúcido de una época.
Un colectivo pasa y no se detiene. Es el único que llega hasta ahí, sólo una vez al día, y su repentino capricho se convertirá en costumbre. Ya no volverá a parar en el pueblo. Al principio seguirá de largo, acelerador a fondo, con la soberbia de sus luces encendidas, eludiendo al grupo de curiosos que comienza a juntarse cada tarde noche para verlo pasar. Después a oscuras, entre fantasmas que levanta del camino. Ritos de silencio y desconfianza comienzan a cavar una red de huecos y agujeros: da miedo un pueblo tan vacío, del que no puede salirse y al cual no se puede entrar; donde el que sabe calla y el imbécil es la tierra fértil donde arraiga el horror. Esa parálisis, la inmovilidad de ese pueblo al que sólo le queda ser espectador de su propio escenario, se convierte en la paradójica evidencia de aquello que ocurrirá entre máscaras.
Es inevitable ver en El colectivo una puesta en escena que tiene mucho de drama, un transcurrir casi teatral o cinematográfico que no desgasta su valor literario. La novela de Almeida hace de la elipsis su principal recurso: el lector compartirá la ignorancia con los personajes y junto a ellos irá reconociendo a partir de la acción –ecce drama-, los secretos y sobrentendidos que nadie se atreve a poner en palabras. Sabiamente, la autora tampoco lo hace: alcanza con ser argentino o humano para comprender qué esconde tanto silencio, para reconocer esos cuatro goles mencionados al pasar. Al final habrá retornos y pérdidas definitivas, y junto a los fogonazos de una tormenta que a lo lejos ilumina el llano, ilusión antes que certeza, la esperanza de la lluvia se abrirá como un deseo en carne viva: todo pasa, todo queda…


Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura del diario Perfil.

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