viernes, 9 de abril de 2010

CINE - Presentación del BAFICI XII: Muchos ojos siempre ven más.

La mención de la palabra "festival" remite a viejas celebraciones populares donde primaban el entretenimiento y la diversidad, nunca exentas de vigorosas disputas. Una vieja costumbre de la cultura occidental que puede rastrearse en las olimpiadas griegas, donde los campeones se batían en las artes y el deporte; las festividades romanas, con las que los emperadores aprovechaban para congraciarse a la vez con los dioses y con el pueblo, en jornadas que se repartían entre recitales de poesía y el brutal espectáculo de los gladiadores en el circo. O ya en la Edad Media los torneos de caballería, eventos en los que se reunían las compañías ambulantes, los artesanos, los juglares, los artistas de feria, pero cuya atracción principal eran los desafíos en donde nobles caballeros defendían el honor de su estirpe con mandobles y espolones.
El Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI) bien puede ser encolumnado detrás de esa vieja tradición. Su ámbito reúne una variedad cinematográfica que busca hacerse fuerte en el fomento de propuestas que no suelen encontrar un espacio amigable en la gran corte de la cartelera comercial, pero también genera una multiplicidad de voces en torno de él que, batiéndose como aquellos antiguos campeones, despliegan su dialéctica en defensa de una saludable diversidad estética. Porque si algún mérito puede arrogarse el BAFICI en sus doce años de existencia es el de haber funcionado como una usina de discusiones que no ha hecho otra cosa que nutrirlo de manera progresiva. En esa docena de años el Festival ha atravesado cinco cambios de gobierno, cuatro directores distintos y, sin dudas, han sido los debates permanentes que esos movimientos han provocado, los que sostuvieron su crecimiento. Bienvenidas entonces las voces, satisfechas o críticas, de los caballeros del cine.
Frente a esta doceava edición del BAFICI, más útil que detenerse en la mera descripción de contenidos será intentar esbozar un perfil diferente, a partir de la visión que de él tienen los propios hombres de cine. Un panorama interior desde el cual acceder a la imagen que gente del propio riñón se ha forjado de este fenómeno, que año tras año no ha dejado de crecer, hasta transformarse en un respetable éxito. Ante la consulta, cuatro directores argentinos, cada uno representante de épocas o estéticas distintas, han reconocido su importante papel y coinciden en valorar su espacio.
Director de películas delicadas y extrañas como La orilla que se abisma y La madre, Gustavo Fontán reconoce al festival el mérito de la amplitud. "La cantidad y variedad de películas que se pueden ver en el BAFICI le otorgan un atractivo indiscutible y la diversidad de miradas y propuestas a las que uno puede acceder es un hecho a valorar". En consonancia con él, Juan Villegas –director de Sábado, Los suicidas y que en esta edición del Festival presenta Ocio, filme dirigido en colaboración con Alejandro Lingenti– cree que el espacio de algún modo resulta "una plataforma ideal para que las películas de los directores argentinos independientes se abran hacia el mundo". En cambio José Campusano, director de las viscerales Legión, Vikingo y Vil romance, si bien reconoce que "todo espacio de exhibición es siempre bienvenido", se permite una sutil discrepancia con sus colegas. "En base a mi experiencia, debo decir que el peso de dicho festival en la actividad es sumamente relativo", agrega. No es que Fontán y Villegas consideren que no hay apuntes para hacerle al festival, aunque ambos coinciden en que posiblemente se trate de cuestiones ligadas a limitaciones presupuestarias. En esa misma línea se ubica Manuel Antín, director surgido de las activas vanguardias de la década del 60, primer director del Instituto Nacional del Cine tras el retorno a la democracia y fundador de la Universidad del Cine, quien afirma que tal vez "el único defecto que puedo encontrarle (al BAFICI) surge de una de sus virtudes: la enorme convocatoria de público, que a veces dificulta ver todas las películas sin tener que lamentar excepciones".
Campusano expresa sus ideas de manera apasionada y frontal, con algo de ese espíritu desbordado y hasta un poco desprolijo que transmiten sus películas nunca exentas de intensidad. En efecto, él representa la mirada más crítica hacia la estructura del festival. En el lado opuesto se encuentra Manuel Antín, intelectual y elegante, aunque tampoco duda en ser directo cuando se trata de expresar su pensamiento de modo contundente. Muchas veces calificado como "festival elitista", el BAFICI pone de manifiesto las diferencias estéticas entre ambos. Al ser consultados acerca del tema, Campusano considera que "los realizadores provenientes del under jamás homologamos a dicho festival como para que se apropie de semejante nombre. Además, la mayoría hemos tenido múltiples ocasiones para comprobar con qué desparpajo ignoran a las nuevas propuestas, favoreciendo a una secular camada de amigos". No sin humor, el director concluye que "tal vez el nombre que mejor le cuadraría al festival es el de Buenos Aires Festival Internacional de Cine Amiguista". Menos verborrágico pero no por eso menos claro, Antín afirma que sólo pueden considerar elitista al BAFICI aquellos que "nunca entienden nada". Con mesura, Villegas afirma que no le interesa hablar de etiquetas, mientras Fontán cree que ninguna de ellas "es justa en ningún caso", porque operan "como una simplificación que evita cualquier debate serio".
Ante esa brecha abierta entre la visión que unos y otros tienen del festival, se torna ineludible preguntar qué significa ser independiente o, como lo plantean Fontán y Campusano, "¿desde qué parámetros evaluamos que algo es independiente?". Villegas sostiene que puede hablarse de "niveles de independencia", atendiendo a cuán libre se esté de la necesidad de recurrir a las diversas formas de financiación públicas o privadas. Para Fontán "el concepto 'independiente' está muy bastardeado" y cree "que hay independencia mientras hay diversidad, algo que ocurre en el cine argentino y es observable en el BAFICI". Desde allí, en mayor o menor medida, todos creen que los espacios del festival son bienvenidos. Para manifestar su decidido apoyo al evento, más allá de lo independiente o no de los filmes programados, Antín afirma que no puede negarse que "el cine necesita un espacio de jerarquía como el BAFICI para encontrarse, aunque sea una vez por año, con ese público sediento de buen cine que también lo necesita.", algo con lo que coincide Villegas. "El cine independiente necesita al BAFICI", afirma convencido; "pero también hay que decir que el BAFICI necesita al cine independiente, tal vez aún más que este a aquel". Sin embargo es otra vez Campusano, vestido de abogado del diablo para la ocasión, quien pone en discusión el rótulo de independiente con que el festival engloba su criterio de programación, sugiriendo que "la inclusión de ciertas producciones puede fundamentar un marcado disenso en ese sentido". Fontán en cambio no ve que esa aparente contradicción represente en realidad un problema. "Es probable que no nos pongamos de acuerdo en el valor artístico o no de muchísimas películas", dice y completa: "lo que llamamos 'meramente artístico' implica siempre un conjunto de cosas amplias y complejas, en principio una serie de parámetros que permitan definir algo como tal. Entiendo que los programadores del festival tendrán pautas de consenso". Está claro que los gladiadores se batirán hasta el final.
En lo que todos coinciden es en el prestigio internacional que el BAFICI ha ganado con el tiempo. Campusano confirma que viajando por festivales extranjeros ha comprobado que, "debido seguramente a ese rótulo, es percibido como un semillero de nuevos realizadores". Una idea a la que adhiere Fontán cuando afirma que "muchos programadores de distintos festivales del mundo, vienen a buscar propuestas innovadoras a las secciones de cine argentino". No caben dudas de cuánto ha crecido el BAFICI en sus doce años de vida, de su valor positivo para el cine argentino y de sus méritos como agente propagador de cultura. Un evento "im-pres-cin-di-ble, como el aire", en palabras de Antín; un espacio que se debe agradecer y defender para Villegas y Fontán, pero cuya existencia no le quita el sueño a Campusano. Tan ciertas sus virtudes, entonces, como la certeza de que siempre es un buen objetivo aspirar a la excelencia. El escritor y cineasta Edgardo Cozarinsky ha dicho en el libro Museo del chisme, última versión de su ensayo El relato indefendible, que "Toda forma mansamente acatada engendra monotonía (...); en cambio, la pura posibilidad, sin límite, es ingobernable". Si José Campusano le reprocha a la organización, desde su experiencia, cierta parcialidad estética, será más noble y productivo para la buena salud del BAFICI que sus responsables, sin dejar de disfrutar de los logros y el consenso general acerca del innegable valor del Festival, presten atención a esa disidencia para intentar, según las palabras de Cozarinsky (homenajeado en este BAFICI XII con una sección dedicada a su figura), eludir la monotonía y adentrarse en los misterios de un futuro ingobernable y sin límites. Sólo así, alimentando una pluralidad cada vez mayor, el BAFICI seguirá siendo un motor de crecimiento para todo el cine argentino y podrá continuar por ese camino que Manuel Antín, tal vez por trayectoria, alcanza a ver como un único proceso histórico. "El cine es, a mi criterio, uno de los motivos de orgullo de los argentinos. Quizás una de las más verídicas virtudes por las cuales somos reconocidos en el mundo. Algo sorprendente, una de las pocas cosas en que hemos ido progresando gradualmente, poco a poco, año tras año. Para ser más exacto, desde que Torre Nilsson comenzó en un solitario esfuerzo a conquistar premios internacionales con sus películas. Ha transcurrido más de medio siglo desde entonces". Y que cumplas muchos más.


Artículo publicado originalmente en la revista Ñ del diario Clarín.

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