domingo, 18 de julio de 2010

CINE - El Hada Buena - Una fábula peronista, de Laura Casabé: La fórmula para convertir a Perón y Evita en la gran broma sagrada

Si algo no es habitual en el cine argentino, es la capacidad de conseguir que los habituales presupuestos magros redunden en favor de la producción. Fabián Forte, director de películas de honrosa clase B –entre ellas la inminente Malditos sean!, en colaboración con Demián Rugna–, hombre de cine de los que no temen embarrarse los pies, suele decir que el cine argentino comete el pecado de escribir y producir guiones pensados para una industria rica en recursos, con los que no cuentan el 99% de las producciones nacionales. Y así, como el síntoma antecede a la enfermedad, ocurre que, cuando el dinero no alcanza, la cosa deriva en resultados híbridos, en pobreza visual y mala factura, en imaginación berreta que no consigue apuntalar ideas demasiado complejas para medios tan modestos. De todo eso se aprovecha El Hada Buena - Una fábula peronista, film de la directora Laura Casabé.
Lejos de representar un problema (o muchos), todo aquello que en otra película podría ser tachado de defectuoso, aquí se convierte en parte del presupuesto, en marca estética, en punto de partida. Abrevando en la farsa y la parodia, El Hada Buena es prima hermana de Filmatrón –película de la ya mítica productora de cine del barrio de Haedo, Farsa Producciones, premiada hace unos años por el público del BAFICI–, con la que comparte recursos éticos, estéticos y hasta parte del elenco. Pero el juego de espejos y reflejos no termina ahí. Cualquiera con el ojo entrenado y buena memoria encontrará pincelazos que recuerdan los brillantes trabajos grupales de los Monty Python y los solistas de Terry Gilliam; coincidencias con Delicatessen, de los franceses Jeunet y Caro, y más cerca en el tiempo, conexiones con los trabajos de los españoles Alex de la Iglesia (ver su debut Acción Mutante) y Javier Fesser con sus films La gran aventura de Mortadelo y Filemón y, sobre todo, la desencajada El milagro de P. Tinto.
Lo que diferencia a El Hada Buena (y a su vez la acerca a Zenitram, de Luis Barone), es su inusual fondo político, absoluta, ominosamente peronista. Será porque la historia se traslada a un futuro impreciso que, ni muy lejano ni tan próximo, casi puede ser presente y hasta pasado; o porque pinta una Argentina devastada, en la que se ha decidido “reinstalar el modelo benefactor” del peronismo como única tabla, a la vez de ley y salvación. Todo parecido con la historia posterior al 2001 no parece pura coincidencia. Lejos de ser los únicos privilegiados, en ese universo paralelo, los niños, cargan todo tipo de malformaciones y son sistemáticamente abandonados para ser transados en subastas públicas. Allí, familias desahuciadas los cambian por licuadoras viejas u otros trastos, con la esperanza de acceder al programa de padrinazgos alentado por el presidente Perón (apenas un holograma en mal estado que repite sin fin sus declamaciones históricas), subsidio que asegura a los beneficiados una pensión vitalicia. Por eso la adquisición de Juan Domingo Séptimo, un gordito rosado y saludable, se le aparece a los protagonistas como un bote salvavidas. En su nueva familia, Séptimo se encontrará con los peores exponentes de esa distópica sociedad. Una madre y un tío siniestros y hermanastros mutilados, celosos y escarados, que son instruidos en el dogma por la maniática tutora Sontag, cuyo nombre es un ejemplo claro de cómo funciona el humor intertextual en esta fábula de profunda raíz justicialista.
Es que el hada del título es la personificación de los anhelos que el primer peronismo supo depositar en la figura de la madre del movimiento, Eva Duarte. Un conjunto de fantasías entre las que se encontraban las realidades, la certeza de que Evita era la encarnación de todos los cambios: aquellos que fueron posibles pero también los otros, la bonanza que soñaron durante diez años las castas sociales históricamente relegadas. Lo notable de El Hada Buena es su capacidad para reciclar esa iconografía peronista, aprovechar su ubicua promesa de ascenso social, para narrar una fábula de esperanzas en un mundo vaciado. Ante la necesidad sin fin, el peronismo se convierte en luz al final del túnel. Y un objeto pasible de ser convertido a la vez en culto y gracia que, en manos de la directora Laura Casabé y sus guionistas, alcanza el grado de broma sagrada.


(Artículo publicado originalmente en la sección Cultura del diario Tiempo Argentino)

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