martes, 27 de julio de 2010

CINE - El viaje de Avelino, de Francis Estrada: Un viaje al corazón del país

El silencio se extiende sobre todo lo que la vista puede abarcar, pero uno está seguro de que llega incluso todavía más allá, hasta los límites mismos del mundo. Por sobre las montañas y los ríos, por encima de los hombres, el silencio es el paisaje en el que se mueve Avelino. Los días completos sin palabras, viajando entre los valles que, roca a roca, forman parte de los Andes catamarqueños. Esa es la tierra seca y secreta en que Avelino nació, donde se hizo hombre y fue armando esa familia enorme a la que tanto ama. Todo sucede en silencio. En su omnipresencia, ese silencio se convierte en una paradoja interesante: casi sin palabras, a partir de la narración de una historia única, Francis Estrada, director del documental El viaje de Avelino, consigue un retrato de capas múltiples en las que no sólo es posible reconocer al viajero del título. Hay también una idea de familia, tan lejana y tan próxima de la que puede tener cualquier hombre de ciudad, que la simple transpolación se traduce en emoción y en miedo: hay una idea de comunidad tan distante de la impersonalidad de las grandes urbes que resulta tierno y misterioso el modo en que todos saben el nombre del protagonista, que atraviesa durante días completos esa inmensidad de piedra. Hay una idea de país distinta de la que puede tenerse estando inmerso en la rutina del mundo moderno, una en la que todos los ojos deben ser mirados, todas las manos tendidas y tomadas, y todas las voces escuchadas. Incluso (o sobre todo) esos alaridos mudos con los que tantos argentinos piden con urgencia, aunque rara vez sean escuchados. La travesía de Avelino Vega junto a Nely, su pequeña hija enferma, por entre las montañas y a lomo de burro desde Río Grande, su pueblito, para llegar al hospital más cercano, es apenas una excusa. Todos somos Avelino, dice Estrada sin decir, sólo con imágenes.
Es en ese carácter múltiple que la película crece, disparando desde un único relato las líneas que la asocian a las diversas realidades mencionadas y hasta demanda, exige, toda atención. El proyecto nace de una noticia transmitida por la señal TN hace unos años, en la que se rescataba la secreta historia de Avelino y su viaje. En ese sentido, Estrada confirma que “la película no está atada a la actualidad estrictamente. Intenta recuperar una experiencia humana que a mí me conmovió y que a la vez registra realidades, entornos que conviven en este amplio y diverso espacio nacional.” Pero justamente ese origen periodístico –producto de un periodismo excesivamente necesitado de encontrar color sensible– no sólo dio al director una historia que contar, sino también le señaló un tono para su narración, lejos de la noticia y mucho más cerca del paisaje y de los hombres. “Me interesaba reconstruir el mundo y las situaciones que se dieron en aquellas jornadas de la manera más austera”, afirma. “Lo complicado era que no podía dejar de haber emoción y progreso narrativo, y ahí venía el problema de intervenir sobre la gente y los espacios. Buscar el equilibrio entre ambos parámetros fue una preocupación permanente.”
Está claro entonces, ante la reconstrucción dramática de aquel viaje, que lo documental no pasa por la historia misma. La dramatización es el mecanismo de arranque de una película que intenta ver con mayor profundidad. El retrato final corresponde más a esa comunidad que a un hecho eventual, como el viaje de ese padre con su hija. “La gente de Río Grande, ‘gente de la montaña’, no está acostumbrada a transmitir sus sensaciones de la manera en que lo hacemos en nuestra cultura urbana”, dice Francis Estrada. Justamente el trabajo actoral resultó un desafío para el equipo de documentalistas: “No sé si ellos en algún momento entendieron que estaban haciendo una película. De hecho ni Avelino ni el resto de la gente de Río Grande fue alguna vez al cine”, afirma el director, y desde allí puede entenderse su intento de pluralidad. A partir de este cruce cultural, en el que los documentalistas son un cuerpo extraño que invade la realidad de las montañas (a la manera de la novela Soy leyenda, del estadounidense Richard Matheson), el rodaje vivió momentos de gran tensión: “Teníamos que estar atentos a las sensaciones que la rememoración de esos hechos dolorosos les producía a ellos y ser respetuosos de eso. Se trató de una cuestión ética. Hubo un momento en que Teresa, la esposa de Avelino, se puso muy mal durante la filmación de una escena en la que se hablaba de la gravedad de la enfermedad de Nely. Ese dolor era funcional a la estrategia de reconstrucción de la situación, pero decidimos parar porque no podíamos manipular de esa manera el dolor ajeno.”
La película se exhibe en una sala que fue inaugurada para dedicarse de manera exclusiva a la difusión de cine documental. Estrada se alegra doblemente por el estreno de su película. “Los que estamos ligados a la actividad cinematográfica tenemos un trabajo permanente que consiste en la construcción y fortalecimiento de circuitos de exhibición que nos permitan llegar al público. Creo que es una gran iniciativa del INCAA.” El Viaje de Avelino deja su valija abierta e invita a participar del camino. Las conclusiones, como dice su director, van por cuenta del que se atreva a espiar dentro.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura del diario Tiempo Argentino.

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