jueves, 20 de enero de 2011

LIBROS - Obras incompletas, de HAT (Homero Alsina Thevenet): Leer para crecer

Finalmente aparecerán reunidos los textos inéditos del periodista uruguayo Homero Alsina Thevenet. Dicho así hay algo de engañoso en la noticia, ya que la magnitud de la obra periodística de HAT (así firmaba sus artículos y así le gustaba ser reconocido) necesita que los volúmenes se multipliquen por tres y que, a su vez, el segundo deba dividirse en dos, para recién ahí permitirse intentar abarcarlo casi todo. Cuatro tomos en total, cada uno con más de mil páginas, que sin embargo no alcanzan. Y no se trata de un engaño: desde el título, cada libro informa que se trata de Obras incompletas.
Aunque su nombre sea venerado por casi todo aquel que se dedique al difícil trabajo de escribir tratando de hacerlo bien, Homero Alsina Thevenet no es una figura masiva. Sin embargo, es uno de los máximos referentes en la historia del periodismo en América Latina, uno de los pocos (y quizá el único) que haciendo sólo eso –simplemente periodismo–, puede ser considerado un artista. Un hombre que dignificó y enriqueció el oficio, sin aceptar que perdiera su carácter artesanal. Estas Obras incompletas permiten recorrer el camino de su obra, abrumadora por cantidad, variedad y calidad, pero también conocer facetas menos públicas, como aquella ligada a su defensa permanente de los valores y herramientas necesarias para que el periodismo pudiera seguir siendo un trabajo digno. Hoy, cuando los medios son empresas más atentas a los movimientos del mercado y el poder que a la mera transmisión de la noticia, la correspondencia incluida en los libros suena revolucionaria. “Siempre creí que la obligación esencial del diario es la periodística y que todos los complementos (máquinas, publicidad, contabilidad, oficina de personal) deben estar al servicio del periodismo.” La carta está dirigida al responsable del medio en el cual trabajaba en la década del ’70 y en la misma se permite calificar como inaceptable que los redactores del diario reciban su pago extra en bonos de canje con un supermercado. “Personalmente me daría vergüenza pedir una nota sobre Pintura o Música y anunciar que lo pagaría con vales de comida o botellas de vino.” Tras el paso del tsunami neoliberal, no queda sino pensar que en el fondo tal vez nadie aprendió nada de don Homero.
Los que lo conocieron bien hablan de él con admiración, como de un padre algo duro y exigente pero también un gran ejemplo. Quien quiera dedicarse a escribir, debería leer estás Obras incompletas como un manual. Tal vez no lo hará mejor después de sus 4000 páginas, pero sin dudas se habrá convertido en una mejor persona.

El sueño y la pesadilla
Por Elvio Gandolfo

Con Fernando Peña y Álvaro Buela nos unían, además de muchos otros asuntos, la colaboración, admiración y amistad con Homero Alsina Thevenet (a quien le gustaba que lo reconocieran como HAT). Después de años de divagar con hacer un grueso volumen con material de él no recopilado en libro, la posibilidad concreta y póstuma de hacerlo, hace cosa de un año y medio, nos pareció un regalo impostergable. Nos pusimos a trabajar con entusiasmo, pero pronto descubrimos que la cantidad de material a procesar se duplicaba primero, se triplicaba después, y al final se cuadruplicaba. El sueño se había convertido casi en una pesadilla.
En la imprescindible velocidad para recopilar y elegir cada uno de los primero tres y ahora cuatro tomos (el segundo se dividió en II A y II B), cada uno tuvo a cargo una zona cronológica y geográfica, porque Homero se repartió entre Buenos Aires, Montevideo y Barcelona. Por eso ahora, en mi caso, emprendí la lectura fascinada e inédita, sorprendente e hipnótica de sus primeros pasos (que abarcan 200 páginas) en la revista Cine Radio Actualidad, donde hizo de todo, y donde abundan un humor y hasta un lirismo desaforados. Los tomos incluyen además cartas, muchas fotos, muchas polémicas, un juicio al semanario Marcha para cobrar un despido, un diario de rodaje de Piel de verano y un abundante etcétera. Después del sueño realizado inicial, de la gozosa y terrible, infinita pesadilla posterior, el sueño vuelve ahora, en forma de lectura a ir repartiendo en meses (o años) sucesivos.


El camino de la reescritura
por Fernando Martín Peña

Cuando conocí a HAT yo no escribía: tenía películas, era coleccionista. Creo que fue en 1987. Yo había empezado a trabajar con Salvador Samaritano en el Cine Club Núcleo, me interesaba la historia del cine y sabía un poco, pero nunca había escrito. Nos conocimos porque lo fui a ver a una Feria del Libro, donde presentaba una de las Enciclopedias de datos inútiles. Me habían prevenido contra su carácter, decían que era un tipo hosco y difícil, pero yo nunca tuve para nada esa experiencia; también es cierto que nunca laburé con él en la misma redacción. A veces nos convocaban de algún ciclo para pasar una película y dar una charla, y después íbamos a tomarnos un café. En aquel momento él era editor en Página/12 de la sección Espectáculos y me empieza a pedir que escriba. Me decía: “Vos sabés sobre esto” (me daba confianza), “vos tenés que escribir” y yo le decía que no. Pero el insistía: me tiraba un tema y libros, para que me documentara sobre el asunto. Entonces yo escribía lo que me pedía, pero él no lo publicaba. Con un gruñido, me lo devolvía reescrito por él. Se suponía que yo tenía que comparar mi versión con la suya, pero nunca me lo dijo. Simplemente me lo devolvía escrito por él. Eso siguió –lo habremos hecho cuatro o cinco veces y nunca me publicó nada– hasta que se volvió a Montevideo. Allá fundó el suplemento Cultural de El País (el diario más importante de Uruguay) y recién un par de años después, en el ’90 o ’91, me empezó a publicar algunos artículos. Siempre muy reescritos por él. Tiempo después empezó a publicarme ya sin correcciones. Ahí pensé que me había recibido de algo.

Lo fijo y lo móvil
por Álvaro Buela

Tal vez por lo itinerante de su vida anterior, donde había pasado períodos de incertidumbre económica (como los años en España), e incluso de peligro físico (como en la época de la Triple A en Argentina), el septuagenario HAT era un hombre de rutinas. Su regreso a Uruguay en 1989, para dirigir El País Cultural, representó para él una suerte de plenitud personal y profesional. Por primera vez en más de dos décadas podía volver a establecerse junto a Evita, su esposa, en la casa materna, disfrutar de un sueldo digno, ser reconocido en su país como un faro intelectual (algo que le incomodaba), encontrarse respaldado por una empresa y por un equipo, dirigir el suplemento que siempre había querido leer. Esa estabilidad tenía su correlato en rituales diarios. Leer El País durante el desayuno, escribir, tomarse el 121, llegar a la redacción alrededor de las 11 de la mañana, leer Página/12 (y los jueves Búsqueda, y los viernes Brecha), atender los asuntos editoriales, ir a almorzar (té con leche fría, un sándwich de jamón y queso y una tarta de manzana), volver a la redacción, preparar el próximo número del suplemento, servir el té a los compañeros a las 5 de la tarde, atender a los colaboradores, salir a las 19 hs, tomarse el último café del día en el bar de la esquina, subirse al 121, llegar a su casa, seguir escribiendo, ver alguna película en cable a la noche. La contracara de esas rutinas, o, si se prefiere, la función que cumplían en la dinámica “homerística”, era la de dejarle espacio y tiempo libres para la inquietud, la curiosidad y la pasión periodística que jamás lo abandonaron.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

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