lunes, 2 de mayo de 2011

ENTREVISTA - Mario Sabato: Fragmentos de memoria

SABATO Y BORGES, ENTRE ESCRITORES. Cuando vino la caída de Perón, la llamada Revolución Libertadora, a mi padre lo nombraron director de Mundo Argentino, una revista. En un momento le llegó una denuncia seria de que se estaba torturando a obreros y sindicalistas peronistas. Y mi padre lo denunció en la revista y en una audición de Radio Nacional en la que estaban Borges, papá y otros. Y me parece que a Borges esa denuncia le pareció de muy mal gusto. Esa fue la razón histórica de la pelea. En aquel momento lo desprecié profundamente a Borges: yo era muy chiquito, pero ya sabía que no había torturas buenas y torturas malas y me parecía que alguien que ejercía la literatura, una de las cosas más nobles que puede hacer alguien, no podía tener semejante mezquindad. Por suerte la gente recuerda al Borges que vale, que es ese gigantesco literato. Y es que no merece ser recordado: Borges como persona es muy inferior a Borges como literato y en definitiva eso es lo que va a quedar en la literatura. A esta altura del partido, yo no estoy tan convencido de lo que creía entonces, que una excelente película o un maravilloso poema correspondían a una excelente persona. Lamentablemente no es así. A veces no es así, a veces sí. En definitiva, no importa demasiado y menos si uno no es contemporáneo. […]
Pero no creo que aquella disputa haya sido enriquecedora de ninguna manera. Para ninguno de los dos. Aunque también era imposible que no sucediese, porque aquel era tiempo de pasiones y era bueno que existieran las pasiones. Y la disputa, por otra parte, no fue por razones minúsculas ni muchísimo menos: denunciar las torturas y los fusilamientos de los que habían sido sus opositores, como en el caso de mi padre, es algo para mí tan importante o más que cualquier obra. Lo que pasa es que después de todo eso, a pesar de todo eso, lo que queda es la obra. Y eso es lo trascendente; lo demás tiene que ver con el compromiso cotidiano, que tiene que estar y nadie, ningún ser humano, es capaz de ser tan generoso como para olvidarse de las mezquindades, de las tradiciones, de los oportunismos. […] Con la experiencia, con el tiempo, uno mantiene las convicciones más importantes, las básicas, las que importan, y empieza a darse cuenta al mismo tiempo que del resto sabe muy poco. Que no es tan fácil juzgar, que no es tan fácil determinar y que muchísimas veces uno se equivoca cuando lo hace. No creo que la duda sea la jactancia de los intelectuales: creo que es la ventaja de los intelectuales. La ventaja comparativa que podemos tener, dudar. No estar seguros, contradecirnos. Buscar y buscar. Buscar sabiendo que uno, la mayor parte de las cosas que busca, no las va encontrar. […]
Entonces pienso que ambos perdieron mucho en esos años que estuvieron separados. […] Pero esos son los efectos de conocerse, los inconvenientes de conocerse, porque los literatos de repente (parece inconcebible pero es así) tienen pasiones minúsculas: celos, esos celos que podría tener una chica de barrio, a ese nivel.
Papá se llevaba bien con algunos escritores un poco mayores que él, como Marechal o Gombrowicz, a quien conoció bastante y a quien promovió un poco en Buenos Aires. Pero con Cortázar, por ejemplo, tenían una relación distante: no se querían demasiado y era por esos celos. Ese es un buen ejemplo de celos, esas cosas pequeñas, minúsculas, ridículas, pero muy divertidas. Cosas que uno conoce cuando está cerca. Borges, por ejemplo, era mezquino. Y mezquino mal: jamás lo elogió públicamente a un escritor gigantesco y su íntimo amigo Bioy Casares, con quien mi padre no se llevaba mal, aunque eran muy diferentes. Mi padre en cambio podía ser… tal vez la palabra más correcta sería justamente esa: celoso. Como un chico.

ERNESTO Y MATILDE, UNA HISTORIA DE AMOR. Yo creo que si hay bienes gananciales, la obra de mi padre debería haberlo sido. Papá escribió por mamá: obligado por mamá, incentivado por mamá, corregido por mamá. Impulsado por mamá. Y lo triste de esto es que mi madre era un excelente poeta y jamás quiso publicar. Es decir, se dio a sí misma el destino de ser quien empujaba y sostenía a mi padre. Y no fue solamente eso, sino que realmente mi madre fue la única persona sensata en mi casa: ella era absolutamente imprescindible, para todos. Así que yo creo que las obras de él deberían estar firmadas por Ernesto y Matilde Sabato. Si yo pudiera como heredero hacer esto, sería un acto de justicia.

SABATO Y LA MUERTE
. Creo que papá se olvidó de morir, ese es el punto. Es la edad: por la edad uno se olvida cosas y bueno, creo que él se olvidó de morir. Tiene una tenacidad notable. Más allá de los chistes que él hacía, si en el momento en que filmamos aquellas escenas con las que más tarde realicé la película Ernesto Sabato, mi padre, yo le hubiera preguntado si pensaba que podía llegar a vivir 99 o 100 años, él me hubiera respondido que ni remotamente. Es una familia de longevos la de mi padre: o se morían jóvenes de cáncer o vivían hasta los 100 años. Bueno, ahí está.


Fragmentos de una entrevista realizada en Junio de 2010, con motivo del estreno del documental Ernesto Sabato, mi padre, de Mario Sabato, estrenado con motivo del cumpleaños número 99 del escritor.

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