jueves, 16 de agosto de 2012

CINE - Los Indestructibles 2 (The Expendables 2), de Simon West: El gusto de cagarse a palos

Había una vez un mundo partido en mitades apenas separadas entre sí por una pared enorme construida de ladrillos y prejuicios. Como si de reinos enfrentados se tratara (o imperios, que es lo mismo), los habitantes de cada una le temían a los de la mitad opuesta, como se le teme a los monstruos por la noche o a los mimos en las calles de París, y no deseaban más que la destrucción definitiva de los otros. Contaban historias espantosas sobre sus vecinos y para protegerse de las fantasías que ellos mismos inventaban, a uno y otro lado acumularon poderosos arsenales. Como en uno de esos imperios el cine también era un arma –aun lo es, y muy poderosa por cierto-, muchas de esas ficciones en las que confluían tantos temores, terminaron convertidas en película. Rambo, Comando, Desaparecido en acción o Duro de matar son algunas, las más famosas, cuyo denominador común es un miedo patológico por el otro. El tiempo pasó, la historia -a la que hasta se llegó a dar por muerta- cambió, y de esa época sobrevive como pieza de museo la épica ultra violenta de aquellas fantasías de supremacía bélica en un mundo bipolar. En esas aguas abreva la segunda entrega de Los Indestructibles, la nueva franquicia cinematográfica liderada por el legendario Sylvester Stallone, que remeda esa estética, desmedida por defecto. La utilización del verbo remedar no es gratuita.
Los indestructibles son un grupo de mercenarios que ponen sus balas al servicio de quien los contrate. Primer indicio de que en el mundo actual ya no se divide en mitades y que pone en evidencia que el mono siempre bailó por la plata. Luego de que uno de los miembros de la pandilla sea asesinado durante una misión, estos mercenarios se olvidarán del negocio para devolver la dignidad al compañero caído. Segunda indicio: sin dejar de ser una de guerra, esta es también una película sobe honor y amistad, porque en el fondo Los Indestructibles no son más que un grupo de amigos haciendo lo que les gusta (aunque lo que les gusta sea matarse a tiros). En el camino tendrán la posibilidad de salvar a una aldea sometida por una banda de mercenarios menos escrupulosos, en algún lugar de Europa Oriental. La situación dará pie a uno de los mejores momentos de la película. Cuando una mujer del pueblo les pregunta quiénes son, Stallone responde: “Somos americanos”, con el chauvinismo con que este tipo de personajes podía pronunciar en serio una frase así 25 años atrás. Pero cuando Jason Statham, reconocido actor británico, pregunta “¿Sí? ¡Desde cuándo!”, se vuelve evidente que estos tipos se están riendo de sí mismos. Y con ganas.
Si el cine bélico de los 80 poseía cierta impronta fascista, no es menos cierto que también había algo de naif en héroes como John Rambo, cuyas pequeñas vulnerabilidades lo volvían menos humano, pero también un poco ridículo (basta recordar la escena en la que el súper soldado se cosía -y cocía con pólvora- sus propias heridas). Un perfil que todavía conservaba levemente la primera de Los Indestructibles, pero que en esta parte dos da paso a un desborde lúdico que se mete de lleno en la parodia. El cine de Stallone puede ser muchas veces algo burdo, aunque también ha dado muestras de inteligencia y esta película es una prueba de eso. Reunir en una misma película a las vacas sagradas del cine de acción de los 80, junto a los más importantes de la actualidad, y pretender que de eso podía salir algo serio, hubiera sido imperdonable. Si de algo adolece Los Indestructibles 2 es de cualquier pretensión de seriedad. No vale la pena contar demasiado, para no arruinar las gracias que se guarda la trama, siempre puesta al servicio casi exclusivo de las situaciones, casi como en las películas de los hermanos Abrahams (La pistola desnuda). Pero la primera aparición de Chuck Norris es una muestra cabal del sentido del humor paródico sobre el que se ha montado el film. Lo mismo que los diálogos entre los personajes de Stallone, Schwarzenegger y Bruce Willis en el tiroteo final, intercalando e intercambiando las frases más famosas de sus personajes clásicos. Pero no sólo de parodia vive Los Indestructibles. Se sabe de sobra que un villano débil o mal compuesto es capaz de arruinar hasta una obra maestra. Por cierto que Los Indestructibles no lo es, pero Jean-Claude Van Damme consigue hacer de su Jean Vilain un atractivo hijo de puta. Él es la frutilla de un postre cuya receta incluye mucho humor autoconsciente, personajes y diálogos cargados de referencias, y hectolitros de sangre falsa, para cocinar una película impensadamente cinéfila, no apta para espíritus sensibles.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Tiempo Argentino.

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