jueves, 18 de octubre de 2012

CINE - Cornelia frente al espejo, de Daniel Rosenfeld: Yendo de un cuento al cine

Sí hablamos de asuntos familiares, no es difícil aceptar que literatura y cine son parientes cercanos, digamos que unos primos que a veces se llevan bien y otras no tanto, aunque es cierto que es el cine el que mayormente invita a la literatura a darse una vuelta por su casa, convites que ella no suele rechazar. Esta connivencia que es muy habitual en los Estados Unidos, en donde cada año se producen muchas películas basadas sobre todo en novelas (de preferencia best sellers), no lo es tanto en la Argentina. Mucho menos si se restringe la producción a los textos de los autores canónicos de nuestra literatura. Borges, Arlt, Bioy, Mujica Láinez, Cortázar, Sabato, Silvina Ocampo son tan poco frecuentados por el cine que no es gratuito preguntarse los por qué de este déficit, e indagar en busca de detectar las dificultades que representa esta tarea. No está mal tomar algunos casos emblemáticos, aunque conviene primero separar de entrada películas como Invasión, el clásico de Hugo Santiago, cuyo guión original fue escrito por Borges y Bioy Casáres directamente para la pantalla. En cambio, hace algunos años pudo verse en cines Mentiras piadosas, una buena adaptación del cuento La salud de los enfermos de Julio Cortázar, y más recientemente Dormir al sol, de Alejandro Chomski sobre novela de Bioy. Mucho más oportuno resulta el estreno de Cornelia frente al espejo, película de Daniel Rosenfeld todavía en cartel, que adapta un cuento homónimo de Silvina Ocampo. Por tratarse de un relato construido en su totalidad por diálogos, y dado que el guión cinematográfico debe tender a reducir toda indicación de acción y a utilizar justamente al diálogo como herramienta dramática, esta estructura pareciera favorecer su paso al cine. Y aunque el trabajo de Rosenfeld respeta los textos originales, a tal punto que la propia escritora figura en los créditos como autora de los diálogos, eso de ninguna manera explica la creación de un universo visual que, sí, es responsabilidad del director. Por no hablar de la dificultad de trabajar con los textos de uno de las figuras más complejas de la literatura argentina, como sin dudas es Ocampo, en cuya obra prosa y poesía se amalgaman tal vez como en la de ningún otro autor local. De hecho, cómo representar a esa Cornelia, una joven que dialoga con su espejo tras haber decidido quitarse la vida. La forma elegida es entender que ese espejo, como los de Alicia de Lewis Caroll, no es más que una entrada a otro mundo -tal vez en el interior de la protagonista, quizás en su pasado- y entender todo el relato desde la lógica de un cuento de fantasmas. Una mirada cinematográfica oportuna que no sería posible sin la existencia de una mirada literaria previa que debe ser inteligente y afín con la obra original. Por su concepción, Cornelia frente al espejo pone en el centro una cuestión esencial: atribuciones y límites del adaptador. Porque más allá de su parentesco, cine y literatura poseen recursos y estructuras que les son propias e intransferibles. En principio debe aceptarse que pactar una adaptación requiere de una confianza tal, que permita al adaptador contar con todas las atribuciones necesarias para crear una obra nueva e independiente del original. Y para ello es deseable no anteponer límite alguno. Un buen ejemplo, por hablar de un clásico doble, es el de La cifra impar, adaptación realizada en 1962 por Manuel Antín sobre el cuento Cartas de mamá, de Cortázar. Tan potente resulta el trabajo de Antín como adaptador que hasta se atreve a prescindir del nombre original, optando por uno propio que aporta algo vital, un punto de partida que es a la vez el punto de vista de un buen lector. Puede concluirse que una buena adaptación siempre será obra de un buen lector, pero se debe aclarar que en este caso invertir la función no garantiza el mismo resultado: no todo buen lector resultará un adaptador exitoso. Silvina Ocampo y los extraños territorios literarios Sin dudas, se ha dicho, la mayor dificultad de llevar al cine un cuento de Silvina Ocampo (1906-1993) es enfrentarse a la compleja tarea de traducir en imágenes los delicados juegos poéticos de su prosa. Se trata en este caso de Cornelia frente al espejo (aunque podría ser cualquier otro), relato extraído de un libro que lleva el mismo nombre, una colección de cuentos tan exquisitos como extraños que revelan que aun sobre el final de su vida (el libro fue editado por Tusquets en 1988, y de hecho es el último de sus libros de cuentos publicado en vida) su talento literario se mantenía poderoso como nunca. Los diálogos que componen todo el texto del cuento adaptado, contienen páginas y páginas de una contundencia literaria que la película mantiene y potencia con la cautivante actuación de Eugenia Capizzano, quien junto al director es además una de las responsables del guión cinematográfico. La fotogenia de la actriz y su encanto dramático son fundamentales para sostener ese traspaso poético, y la línea de tracción que lleva tras de sí al resto de un solvente elenco, que integran Eugenia Alonso, Leonardo Sbaraglia y Rafael Spregelburd. En un texto en el que la muerte y los fantasmas perfuman el aire de la historia, pueden leerse fragmentos como este: “Los muertos son muy sensibles. Sienten todo. Son más lúcidos que nosotros. Si usted les ofrece carne o vino no lo apreciarán, pero hágales oír música o regáleles perfume, y verá.” Sí: Silvina es enorme. Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

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