miércoles, 20 de marzo de 2013

CINE - Pantalla Pinamar 2013: Dos películas que encontraron su público

Las últimas noches de la novena edición de Pantalla Pinamar ofrecieron dos películas que consiguieron mucho más de lo que habían cosechado una veintena de títulos proyectados hasta entonces: despertar el entusiasmo de la platea. Se trata de dos trabajos que se exhibieron aquí por primera vez para el público argentino y que, por motivos bien distintos y desde concepciones estéticas distantes entre sí, entretuvieron a quienes asistieron a sus proyecciones. Se trata de la película española Una pistola en cada mano, del realizador catalán Cesc Gay, y de la coproducción europea Drácula 3D, la más reciente versión de ese clásico que comparten la literatura y el cine, dirigido en esta ocasión por el mítico Darío Argento, amo de la sangre falsa y la truculencia, uno de los padres del Giallo italiano en los años 60 y 70, junto a Lucio Fulci y Mario Bava. 
Casi no caben dudas de que la nueva película del catalán ha sido la favorita del público de Pinamar, pero como no siempre ese detalle y la calidad suelen coincidir ni derivarse necesariamente el uno del otro, es preciso hacer constar que Una pistola en cada mano es además una gran comedia que viene a engrosar la buena filmografía de Gay. Comedia de personajes, y sobre todo de personajes que dialogan, el propio director afirmó en Pinamar, donde participó como invitado junto a dos de los actores de su película, Leonardo Sbaraglia y la española Leonor Watling, que este último trabajo es “como uno de esos discos de duetos” en donde el éxito mayor reside en “juntar a dos actores que se tienen ganas”. Es indudable que si la película funciona es por la química que se produce entre las parejas que habitan las distintas instancias del relato. O, mejor dicho, los relatos, ya que se trata de cinco historias que acaban confluyendo en una única y breve escena final que a manera de epílogo unifica los relatos.
A partir de esas historias, que tranquilamente podrían ser vistas como cinco cortometrajes independientes entre sí, Gay traza una suerte de retrato generacional en donde aparecen con gracia e intensidad los conflictos y situaciones a los que se ven enfrentados los hombres de entre 40 y 50 años. Gay confirmó que su deseo al escribir el guión era el de poder “Hablar despiadadamente acerca de las carencias de los hombres” y no hay motivo para no reconocer que ha conseguido atravesar con altura un catálogo de situaciones que fácilmente podrían haber acabado encorsetadas en diferentes clichés. Pero no: Gay se da el gusto de contar sus cuentitos de hombres en crisis con naturalidad y gracia. Desde ese en que dos amigos se cuentan sus desdichas en un encuentro callejero luego de 10 años sin verse (Eduard Fernández y Leo Sbaraglia), o el del divorciado que le confiesa a su ex que quiere volver (Javier Cámara y Clara Segura), al del argentino cornudo que en otro encuentro casual le cuenta a un conocido que está dispuesto a perdonar y comprender (Darín y Luis Tosar) o el oficinista casado que está caliente con una compañera de trabajo (Eduardo Noriega y Candela Peña), Gay consigue eludir los lugares comunes a fuerza de diálogos construidos con ingenio y potencia, y del rendimiento alto y parejo del reparto elegido.
Como suele ocurrir con las llamadas películas corales que resultan tan armónicas (ver por ejemplo Short Cuts/Ciudad de ángeles, de Robert Altman), Una pistola en cada mano tiene algo de sinfónico u operístico, en donde las cinco historias que hilvana el relato equivalen a los breves movimientos de una pieza mayor. Hay una obertura que cumple con dar el tono entre humorístico, patético y melancólico que al final podrá comprobarse en la obra completa; luego vienen tres movimientos intermedios, que podrían ser allegros y andantes más bien ligeros; y un cierre a toda orquesta, con dos historias cruzadas a partir de un preciso montaje paralelo, en las que dos mujeres se encargan de operar sobre la intimidad de dos amigos que, como la mayoría de los hombres, evitan contarse sus verdaderos problemas. Este carácter musical no aparece por casualidad: durante la conferencia de prensa que ofreció en Pinamar, Gay afirmó que para él “leer un guión es tan aburrido como leer una partitura” y que lo de verdad “entretenido es escuchar la música”.
Si se lo compara con la delicadeza con que fluye el relato de Gay y en honor a la verdad, el Drácula 3D del italiano Darío Argento resulta tosco, anticuado y bastante berreta. Sin embargo, no está mal preguntarse cuánto de esto es voluntario y parte de un efecto buscado por un director que, como Argento, conoce al terror como pocos. Sin dudas que el director ha buscado de manera deliberada una estética retro para su versión en tres dimensiones del que tal vez sea el más clásico de los personajes del cine. Es imposible no notar que el italiano ha querido llevar el expediente Drácula a su foja cero, alumbrando una película en la que pueden reconocerse homenajes nada velados (y hasta se diría que bastante gruesos) al Nosferatu de Murnau, el Drácula de Lugosi y, sobre todo, a la versión filmada en los '60 por los británicos estudios Hammer con Christopher Lee en la piel del conde. En ese sentido, esta versión en tres dimensiones es decididamente vintage, desde la estética más romántica que gótica elegida para “lookear” al alemán Thomas Krestchmann, al uso descaradamente trucho de los efectos digitales que, a su manera, no dejan de recordar a los murciélagos colgados de hilos “invisibles” que habitaban las viejas pero entrañables películas protagonizadas por este u otros monstruos.
Ahora bien, ¿se trata en todos los casos de detalles autoconscientes? ¿O más bien será que Argento ha envejecido tanto como su cine? Lo más justo sería creer que hay un poco de cada cosa. Sin embargo, y en vista de las risas francas que muchas de las escenas despertaron en el auditorio nocturno del Festival de Pinamar (el primero en ver la película en la Argentina) no debe dejar de reconocérsele a Argento el mérito de haber sabido conectar con el público antes que intentar filmar una versión pretenciosa del mito del vampiro. Lejos de eso, Argento propone un Drácula antes lúdico que poético, más cercano al mundo de las fantasías infantiles que a los círculos más profundos del horror adulto. El uso del 3D es sintomático en ese sentido ya que, lejos de todo realismo, la profundidad de campo imaginada por el italiano se parece más a la de los libros de dioramas para chicos que al uso de intención veristas que le dan las películas de Hollywood estilo Avatar. 
Una recomendación de la casa: aunque es indudable que las escenas de terror no traumarán a nadie, no vayan a ver Drácula 3D con chicos. A menos que tengan ganas de explicarle qué es lo que hacen ese aldeano y esa aldeana completamente desnudos en un establo ni bien empieza la película, como le pasó a una señora de Pinamar a la que se le ocurrió ir con su hija y dos amiguitas de no más de ocho años. En ese sentido, Argento sigue siendo Argento.  

Artículo publicado originalmente en el sitio www.OtrosCines.com.

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