jueves, 29 de agosto de 2013

LIBROS - "Abrir una caja", de Richard Gwyn: Charla con un poeta galés

La poesía no tiene nacionalidad, ella misma es su propio país. No ocurre lo mismo con los poetas: como cualquiera, ellos nacen y tienen una tierra, un paisaje, una historia (que es también una tradición) que tanto pueden amar como rechazar; pero a la que, como la propia piel, no pueden quitarse de encima. Esta semana, con los auspicios del Wales Arts International y del Wales Literature Exchange, llegó a Buenos Aires una delegación de escritores galeses para comenzar una gira que incluirá varias ciudades del sur del país. Se trata de Karen Owen, Mererid Hopwood, Tiffany Atkinson y Richard Gwyn, quienes visitarán Puerto Madryn, Trelew, Gaiman, Trevelin y Bariloche, ciudades en las que la comunidad galesa es numerosa.
Además, tanto Atkinson como Gwyn presentaron este martes en Buenos Aires las primeras ediciones de sus libros en la Argentina, El hombre cuya mano derecha pensaba que era un pollo y Abrir una caja, respectivamente, ambos publicados por el prestigioso sello de poesía Gog y Magog. Para conocer algo más de una literatura bastante poco difundida en el país, Tiempo Argentino dialogó con Gwyn.
En mangas de camisa, como si el frío porteño no fuera para él un enemigo, Gwyn es como su poesía: llano, amable y claro, pero a la vez profundo, como el claro de sus ojos. Abrir una caja incluye una selección de textos extraídos de sus tres libros de poesía –Walking on bones (2000); Being in water (2001), y Sad Giraffe Café (2010)–, en su mayoría escritos en una prosa poética de potencia atómica, en donde los detalles mínimos poseen un poder de tal magnitud que, al revelarse, provocan una reacción en cadena capaz de demoler todas las máscaras de la realidad. La belleza de la poesía de Gwyn se encuentra en su capacidad para observar lo cotidiano y tomar de ahí delicados planos detalle de un instante que a simple vista pueden resultar banales, pero que no son sino un sutil recorte del universo.
La biografía de Gwyn también es rica. Nacido en 1956 en Pontypool, Gales, a los 24 años se lanzó a vagabundear por el sur de Europa, viviendo mucho tiempo en países como España o Grecia, un recorrido en el que cada lugar dejó profundas huellas que es posible rastrear en sus textos. "Un poeta es, en algún sentido, alguien fijado en un lugar", afirma Gwyn, "pero mi visión poética es algo flexible: lo que encontrás en otro país es posible verlo en un sentido distinto de lo que ves en el tuyo propio. Por ejemplo, las actividades cotidianas en tu propia casa suelen ser aburridas, pero cuando viajás todo es nuevo, porque estás cambiando el punto de vista y eso afecta tu visión interior del mundo exterior". Aunque dialoga en un castellano muy fluido, de todas formas es posible notar que no se encuentra en el terreno más cómodo. "Escribir en otra lengua sería muy difícil para mí. He hablado sobre este tema con muchos poetas galeses, porque ocurre que todos hablamos tanto en nuestro idioma, el galés, como en inglés, pero a la hora de escribir nuestra elección es siempre el galés. Podemos pensar y hasta soñar en otros idiomas, pero escribir es otra cosa", confiesa el poeta. "Pasa que cuando se escribe uno tiene en cuenta toda la historia de la lengua. Cuando pienso en el verbo 'To be' enseguida pienso en Hamlet", explica Gwyn, "pero alguien que aprende una lengua no tiene estos marcos de referencia completos y no se puede acceder a determinados espacios de escritura sin esta historia referencial de la lengua".
Su largo vagabundeo finalizó diez años después con una hospitalización en Barcelona y un tratamiento de desintoxicación. A partir de ahí obtuvo un doctorado en Lingüística, especializándose en la comunicación médico-paciente. "Tenemos muchas formas de escaparnos", afirma y enumera: "viajando; a través del sexo; literatura; drogas y alcohol. Y también la enfermedad es una forma de escapar de la vida cotidiana, porque cuando estás muy enfermo habitás otro mundo." Hablar de eso lo lleva hasta sus libros. "Yo defino a mi primer libro [Walking on bones] como mi libro de rehab [rehabilitación]", bromea Gwyn, "porque ese año había pasado un momento difícil de mi vida, que incluyó un tratamiento de desintoxicación". "Uno de mis objetivos entonces consistía en concentrarme en la vida cotidiana, dedicarme a pequeñas acciones como pintar o limpiar mi casa. Los poemas de ese libro empiezan por una idea sencilla: hacer algo que enseguida crece en otras direcciones. Es un mecanismo simple que revela cómo funciona mi proceso creativo."
Si su poesía es el producto de su mirada de la realidad, no es menor preguntar de qué se trata para Gwyn la realidad. "Pienso que cada momento es real pero a la vez imaginario, parte de un continuo en el que nuestras decisiones y acciones son irrevocables, pero a la vez contienen la posibilidad de otras acciones y consecuencias sobre las que no tenemos registro", arriesga Gwyn. "Como si viviéramos sobre una línea recta, dentro de un pasillo y sin posibilidades de ver qué ocurre afuera, donde corren, a un lado y a otro, una infinidad de otros senderos que no hemos elegido. Estoy obsesionado con eso, con la idea de que somos prisioneros del momento en que vivimos."

Una poesía de lo imperceptible: "Turismo" 

El turismo es una metáfora del apocalipsis. El segundo día de agosto, las nubes de lluvia se abrieron y diluvió en la ciudad. Las estrechas y retorcidas callejuelas del barrio viejo se convirtieron en cataratas en cuestión de minutos. Afuera de la catedral inexplicablemente cerrada, grupos de turistas alemanes, británicos, estadounidenses y japoneses tratan de aferrar sombreros y mapas contra el chaparrón. Justo ahí, donde empiezan las callejuelas, hay sentada una mendiga, cubierta con un vestido informe y gris, inconsciente de las inclemencias del tiempo. Ha estado allí sentada por siglos. Un cuervo salta nervioso sobre el hombro de ella. De vez en cuando le grazna al oído y la mendiga, irritada por la ruidosa presencia del pájaro, intenta sacárselo de encima con gestos airados que lo ahuyenten. Sin embargo, el pájaro es persistente: esa es su función. Sabe cuál es su papel central en ese drama. Sin el pájaro no habría mendiga. Sin la mendiga no habría catedral. Sin la catedral no habría turistas.

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de  Tiempo Argentino.

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