jueves, 26 de septiembre de 2013

LIBROS - "Háblame de amores", de Pedro Lemebel: Crónicas de un río desbordado - Entrevista con Pedro Lemebel

Ayer nomás se echó a andar el 5º Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (FILBA), que por primera vez se realiza en simultáneo con la ciudad de Santiago de Chile, repartiendo su agenda con generosidad a ambos lado de esa cordillera que, como una cicatriz abierta, separa dos países que es mejor pensar unidos. Como muestra definitiva de buenas intenciones, el FILBA ha propuesto un intercambio de embajadores bien dispuestos a dar testimonio en favor de ese vínculo. Puestos a elegir un representante para encabezar ese cuerpo diplomático de grandes escritores chilenos de paso por Buenos Aires, no caben dudas de que Pedro Lemebel es la persona indicada. 
Tal vez porque, como su literatura, se trata de un hombre apasionado y no hay mejor combustible que la pasión para alimentar cualquier historia de amor, que es el tema al que Lemebel le pone voces en Háblame de amores, su libro más reciente que acaba de editar el sello Seix Barral. Curiosamente el escritor acaba de someterse a una operación en la garganta y apenas sostiene la suya, su propia voz, a la que debe cuidar como a una niña. Pero en las páginas del libro no sólo hay lugar para el amor, la amistad y otros sentimientos por el estilo, sino también para la furia, el desborde o la más triste desilusión, como ocurre en su texto sobre el fútbol u otros incluidos en el capítulo “Susurros con vitriolo”. Tal vez sea bueno saber cuánta es la distancia que separa a la furia del amor dentro del alma de Lemebel. “¡Furioso amor!”, exclama bajito el escritor ante la pregunta. “Es bello ese desacato, pero un poco agotador. Me gustaría contestarte con más experiencia, pero sólo conozco la furia, que a mis alturas es una leve rabia, una iracunda ternura. El amor no lo conozco, che”, completa Lemebel. 
En la portada del libro -una colección de crónicas breves que abarcan un temario amplio y plástico como la realidad- puede verse al autor todavía adolescente, cuyo gesto desborda inocencia, esperanza y deseo, mientras el reflejo de una ciudad sobre el agua del río le guarda las espaldas. Y pareciera que ese desborde que se intuye en su carita de nene, es el mismo que aparece en sus textos y que a su vez es reflejo de otro, mucho mayor, que fluye como agua de río hasta la literatura directo desde su propia vida. Quizá sea por eso que la crónica ha sido la herramienta que eligió para trabajar con el lenguaje. “¿Desbordes de qué? ¿Cuáles son los bordes?”, pregunta Lemebel. “Nunca vi el mundo con baranda”, dispara con toda intención. “La escritura en sí misma es un desbocado flujo que rebalsa la página y las fronteras de los géneros, cuando es una escritura brava, alteradora que corroe el manoseado canon borgeano… ¡Huy!: termina en ano.” Lemebel en estado de gracia.

-Dedicaste tu obra principalmente al trabajo sobre la crónica, ¿qué es lo que hace que sigas enamorado del género?  
-Creo que soy escritor, pero no sé si de crónicas como se entienden desde el periodismo de investigación. Este discurso me permite el cruce de retazos iletrados, gráficos y visuales, que a veces se politizan con mi biografía marica y mi afán izquierdista. He intentado volver a la novela después de Tengo miedo torero y no me sale, se me acaba el aliento, es como lo que me pasa para hablar laringectomizado. 
-Pero la realidad parece confabularse con vos, proveyéndote todo el tiempo de nuevas excusas. ¿Existe algún secreto, algún ejercicio para afinar la observación?  
-A veces escuchando una canción, saco de contexto una frase y esa lírica me retorna a algún lugar de escritura. Siempre recomiendo escribir cartas como ejercicio escritural, es bueno creer que se tiene un destinatario amoroso. Un de las herramientas que uso es la canción popular. Monsivais, el gran cronista mexicano, decía que yo tenía un oído privilegiado. De la canción popular es de donde extraigo mis títulos, mis nombres. Viste que todo empieza por el nombre, como mi carrera de escritor, que empezó cuando me cambie el apellido paterno por el de mi madre… Lemebel tintineaba musical, sonaba a cristal tu corazón…  
-Mencionás la política y hace unos años Chile fue noticia por el surgimiento de movimientos estudiantiles que reclamaban por una mejor educación, en un país cuyo aparato estatal parece más preocupado por los índices del crecimiento comercial que por el fomento cultural. ¿Ha desaparecido ese fervor político?  
-No desaparecen los estallidos sociales, hacen eco en otras inquietudes y renacen con otros reclamos, y siguen acumulando bencina en alguna esquina del desacato. Pero algunos jóvenes dirigentes de las marchas ahora están de candidatos al parlamento, y me parece que en el fondo es lo que querían. Era política no poesía, como puse en mi facebook. Quizá esa sea la forma de intentar cambiar las injusticias en educación, pero a mí me sigue apasionando la molotov. Adoro ese crepitar, hay una erótica del reclamo callejero: no concibo una marcha sin el fuego.  
-A 40 años del golpe de Pinochet, otra noticia que llega desde Chile es la aparición de iniciativas que desean indagar en el pasado en busca de cierta reparación histórica. Ante eso fueron apareciendo distintas personalidades que mostraron algún tipo de arrepentimiento por su participación con aquel régimen. ¿Cómo ves a la sociedad chilena frente a ese desafío?  
-Mucho espectáculo lagrimero, aunque fue muy bueno que se mostrara lo que nunca se vio en cuanto a testimonios. Es curioso este país: es como si los chilenos nunca hubieran sabido lo que ocurrió en dictadura. Ver a Víctor Jara en televisión fue emocionante, pero también es indignante saber que tuvieron que pasar tantos años para ver esto. Y la culpa fue de la democracia cartucha y miedosa, que tranzó con una televisión fascista para ocultar la memoria y el crimen oficial. Pero el festival de los perdones de la derecha fue un show decadente. Fue mucho espectáculo con el tema, también lo fue para el rating televisero. Para los auspiciadores. “Deten la lágrima con el zapping: vamos a comerciales”.  
-Volviendo a la crónica, ¿hacia dónde creés que está yendo y hacia dónde pensás que debería ir?  
-Mira, cuando empecé a escribir crónica, año 87, todos querían ser novelistas. Ahora la moda crónica es un poco ansiosa y farandulesca, mucho viaje, mucho aeropuerto con whisky: esa crónica neoliberal me apesta. También la que se cree verdadera, tiene un aire de investigación objetiva que no soporto. Periodismo soplón con cámara en mano, es como un allanamiento. No hay escrituras más desafiantes o rupturistas, aunque Cristian Alarcón y su periodismo con olor a pueblo, me gusta, pero debería revolcarse más en su antropofagia social. También me gustan las chicas del Teje, las del Soy [Suplemento de temática de género del diario Página/12]: La Naty, la Noy , la Susy... todas están tejiendo otro mapa de Buenos Aires maricucho… pero no necesitan madrinas académicas, tampoco el dandismo siútico a lo Wilde, que es tan conservador , ¿no crees?
-Nombrás a Fernando Noy y este año el festival reparte sus actividades como si Buenos Aires y Santiago fueran ciudades siamesas. Supongo que acá en Buenos Aires volverás a encontrarse con él, que también es algo así como un alma hermana a quien le dedicás uno de los textos de tu libro. Imagino que esa familiaridad que te une a Fernando se proyecta también sobre esta ciudad.  
-Ahora por fin Editorial Planeta me publica en Buenos Aires y es una celebración. Vengo de pasada, con una nueva cicatriz de voz de vieja, de ultratumba, un ronquido que me dejó la laringectomia, sin cuerdas vocales, y no puedo hablar mucho. La ciudad ruidosa es mi enemiga, las bocinas, los gritos: hablo muy bajo y tengo que competir con el perro, con el llanto de la beba, con la bocina que me deja muda… aunque la mudita es sexy…  
-¿Y la Noy?  
-A Noy le tengo cariño, es una diosa… Namasté.  

Pedro Lemebel en el FILBA 

En el marco de las actividades del 5º Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires, Pedro Lemebel se presenta esta noche a las 21:30 en el MALBA, av. Figueroa Alcorta 3415, en una performance liga los derechos humanos con las problemáticas en torno a las minorías sexuales.

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino. 

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