jueves, 18 de septiembre de 2014

ENTREVISTA - Horacio Altuna, padrino de Comicópolis: El historietista como trabajador

Que suenen las trompetas: ¡hoy empieza la segunda edición de Comicópolis! Se trata del festival internacional dedicado al mundo de la historieta que desde el año pasado se realiza en el predio de Tecnópolis. Abierta hasta el domingo 21, Comicópolis ofrece una grilla de actividades para satisfacer a los más exigentes fanáticos y una lista de invitados prestigiosos del ámbito local e internacional. Además este año el festival contará con un padrino de lujo, que viene a suceder en ese honorífico cargo nada menos que a Quino. Se trata de Horacio Altuna, gran hacedor de personajes y tiras inolvidables entre las que se destacan El Loco Chávez y Las puertitas del señor López, que entre las décadas de 1970 y 1980 alcanzaron una popularidad tal que aún hoy permanecen en la memoria de la gente, incluso de quienes no son fanáticos de la historieta.
Radicado desde 1982 en España, Altuna reconoce el orgullo de su padrinazgo. "Es muy gratificante recibir un honor que el año pasado le correspondió a Quino", dice en relación a su papel en el festival. "Pero aunque el reconocimiento es siempre gratificante, prefiero poner el acento en qué significa Comicópolis: un evento que pone el foco de atención en un aspecto de la cultura popular y ese rescate es importante y necesario. Porque salvo excepciones, los famosos son nuestros personajes, no nosotros. Y está bueno que la gente sepa cuáles son los problemas del autor de historietas, cuál es el mundo editorial que lo rodea, su proyección cultural. Ese es el valor que quiero darle a mi padrinazgo. Que no se reflexione solamente sobre la obra sino sobre la vida del artista, que es tan complicada como la de cualquiera", insiste el dibujante.

–¿Cómo impactó en tu vida personal el haber sido creador de algunos personajes tan populares?  
–Pienso que en una época en la que nada dura demasiado, ni un electrodoméstico ni una amistad ni una pareja ni una idea política, yo contradigo eso, modestamente. Yo me fui hace 32 años pero El Loco Chávez todavía sigue ahí. Lo veo, la gente me habla de él y yo lo terminé de hacer en 1987. –Y, al contrario, ¿hay algún personaje que lamentás que haya pasado desapercibido?  
–A comienzos de los '90 hice El Nene Montanaro. Y a mí me ha gustado hacer a todos mis personajes, pero te diría que aunque aquella historieta pasó sin pena ni gloria, creo que estaba muy bien hecha. Si no me equivoco fue la primera historieta que habló de los desaparecidos, que hablaba de Menem (sin nombrarlo, pero siempre estaba) y de manera muy crítica. En la época que mataron a José Luis Cabezas hubo todo un episodio que duró los dos meses del verano en la que los malos eran policías y los buenos eran delincuentes. Yo rescato muchas cosas de El Nene Montanaro, pero no tuvo éxito. Uno no tiene una fórmula.  
–Puede ser que en aquella época hubiera cosas que nadie quería oír.  
–Era difícil competir con las primeras planas de la época: eran alucinantes las cosas que pasaban entonces. Yo me preguntaba: ¿si está el caso Yabrán, qué ficción se puede hacer? Se caía el hijo de Menen en helicóptero, los dos atentados, la corrupción, la figura de Pancho Dotto y sus nenas/mujeres: ¿con qué empardar esos titulares? Esos diez años fueron nefastos, porque la dictadura fue tremenda, pero los años de Menem fueron terribles.  
–¿Y ante la realidad cuáles son las ventajas de la historieta?
–La difusión. Imaginate que a mí me lee más de medio millón de personas por día. A algunos autores del género se los lee más que a muchos escritores. Pensá que un éxito editorial en la Argentina son 20 mil libros, en cambio, ¿cuánta gente por día lo lee a Liniers? Ese poder de difusión es formidable. Y la otra ventaja es la facilidad de conexión, porque la literatura presupone un proceso más complejo: hay que tener del otro lado un lector, que hoy ya no es algo tan habitual. En general la historieta tiene muchos más medios de difusión y al trabajar con imágenes se asemeja más al cine. 
–¿Ese uso narrativo de la imagen también es una ventaja?  
–Bueno, muchos escritores no necesitan imágenes para crear sus mundos a través de palabras. Lo que pasa es que la imagen tiende un puente más inmediato entre autor y lector. Es decir, está la palabra pero además está la imagen que facilita la narración. Son campos diferentes y ambos son legítimos. Yo prefiero la comparación con el cine, porque ambos géneros nacieron juntos a finales del siglo XIX y han florecido de manera desigual, porque uno (el cine) es una gran industria que por alguna razón abarcó todas las ideas políticas, filosóficas, culturales de cada época que atravesó. Hay un cine soviético, un cine surrealista, la nouvelle vague, el neorrealismo… en cambio la historieta no. Porque fue una lectura que en general se restringió al ámbito infanto-juvenil, aunque haya lecturas más adultas.  
–¿Le costó mucho a la historieta romper ese prejuicio para avanzar sobre el público adulto?  
–Es que el gran desarrollo de la historieta se dio en EE UU, donde tienen una forma muy estructurada de creación de cómics. Hasta ahora se han concentrado sobre los superhéroes, que son su propia mitología. Yo no estoy ni a favor ni en contra, pero a mí no me interesa. También es verdad que durante un siglo los norteamericanos, que son tan vivos para tantas cosas, en el mundo de la historieta se han olvidado de la mujer como lectora, porque la historieta en EE UU es sobre todo infanto–juvenil y masculina. No hay muchas chicas que lean superhéroes. Es un mundo ajeno a ellas.  
–Incluso cuando trabajan sobre personajes femeninos son encarados desde la mirada masculina.  
–En cambio los japoneses tienen todo un mundo dentro del manga que está dirigido a ellas. En el cómic norteamericano tampoco se vieron hasta hace relativamente poco personajes que abordaran la problemática de tipos de 45 pirulos. A mí me parece que se perdió, porque ellos han ido marcando las pautas del progreso de la historieta y estuvieron dando vueltas solamente sobre sus propios fantasmas, y todo el mundo, como siempre, los ha seguido e imitado, o ha sido influenciado por esas pautas.  
–¿Eso se nota en la Argentina?  
–Carlos Trillo decía que acá no podía haber superhéroes, porque acá un chico ve un superhéroe argentino que se tira de un quinto piso en Corrientes y Callao y sabe perfectamente que se mata, que no vuela. Allá se lo creen y acá no funciona.  
–¿Y como dibujante podés disfrutar del trabajo gráfico de las historietas de superhéroes, abstrayéndote de alguna manera de las historias?  
–No sé. Frank Miller tiene trabajos interesantes, aunque para mí mucho mejor que Frank Miller haciendo Sin City es José Muñoz haciendo cualquier cosa: mientras Muñoz es un maestro, a mí Miller no me enseña nada.  
–¿Y de quién más aprendés?  
–De Breccia, porque es único. Si el viejo todavía estuviera vivo nos habría dejado más lejos todavía. Pasa lo mismo que con Piazzola: después de él se cortó, nadie llega hasta ellos. Nunca. Y hasta Breccia nadie llegó. Ni acá ni allá.  

Artículo publicado oriuginalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

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