jueves, 22 de junio de 2017

CINE - "La muerte de Marga Maier", de Camila Toker: Diamantes para la muerte

La cosa empieza como una intriga internacional. De cabotaje, pero internacional. Interior. Día. En una de las cabinas del bondinho, el famoso teleférico de Río de Janeiro, una especie de padrino carioca le hace a su acompañante una oferta que no puede rechazar, pero el otro la rechaza. Con una sonrisa el padrino le cuenta que se trata de recuperar el Cruz del Sur, un valioso y mítico diamante que se encuentra en Argentina y ahí la actitud del otro cambia. Pregunta quién más sabe del asunto y con una sonrisa el Don Corleone brasilero señala para atrás, en dirección a la garotinha que los acompaña. Exterior. Día. La cabina del teleférico desciende desde lo alto del morro colgando del cable. Cuando el vehículo pasa justo delante de la cámara, el acompañante termina de sacar su arma, se da vuelta y mata a la chica de un tiro en la cabeza. El bondinho continúa su descenso.
En esa primera secuencia de La muerte de Marga Maier, la directora Camila Toker revela su intención de manejarse dentro de una estética de cine industrial y un gusto evidente por los géneros tradicionales. Que en este caso es el thriller, pero al que enseguida, cuando la acción se traslade a un pueblo de provincia en la Argentina, le irá incorporando notas de una variante local y moderna del western tanto como del policial de corte más clásico. Esta pasión por el cine de género es la misma que de distintas maneras han mostrado los directores Tamae Garateguy y Santiago Giralt, sus socios en la codirección de aquellas dos sátiras del Nuevo Cine Argentino que fueron UPA (acróstico de Una Película Argentina) y su secuela.

La continuidad del relato tiene lugar en el pueblito citado, en el que la mujer del título es encontrada muerta en la rivera del río. En coincidencia con el macabro hallazgo, una joven y aquel hombre que recibió el encargo en el teleférico llegan al pueblo. Ambos vienen buscando a Marga Maier. Ella resulta ser la dueña de la estancia que Maier se encargaba de administrar y en donde esta vivía con su sobrino, un hombre que ocupa el lugar del opa, el tonto que por tradición tienen todos los pueblos rurales. Él… bueno, es fácil saber para qué viene él. Pero la cosa quedará más clara cuando la autopsia revele que a la muerta le abrieron la garganta con el filo de un diamante.
Toker articula la intriga a caballo de un recurso interesante: trabajar el relato a partir de tomas largas y planos secuencia muy útiles para generar un clima pesado, siniestro, que es a la vez familiar y sórdido. La decisión potencia además la labor del elenco, permitiéndole a sus integrantes utilizar el espacio y el tiempo para extender su trabajo creativo. Sobre esos dos pilares Toker sostiene el misterio, que tiene mucho de giallo y clase B autoconsciente. Contra eso, la inclusión de algunos personajes parece motivada por la búsqueda de un efectismo demasiado guionado, mientras que la resolución del misterio deja pendientes no pocas preguntas, incluso, tal vez, la de quién mató realmente a Marga Maier. 

Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.

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