miércoles, 16 de agosto de 2017

CINE - Bicentenario del Cruce de Los Andes: El General en su laberinto de cine

Como en todo el mundo, el cine argentino también ha sido un vehículo importante a la hora de generar, o más bien subrayar, los relatos históricos. Sin embargo, lejos del ejemplo estadounidense, que a través de un género como el western consiguió inventarle una épica a su propia historia, las películas argentinas han sido concebidas con frecuencia como extensiones de los manuales de estudio, replicando en el espectador esa sensación de tedio con la que suelen recordarse las lecturas escolares. Muchos de los filmes enfocados en la figura del general José de San Martín no han sido la excepción, desaprovechando en la mayoría de los casos el gran poder empático del lenguaje del cine. Los ejemplos no son tantos, apenas una media docena de títulos lo tienen como protagonista o figura de reparto. En cada uno el perfil del prócer es objeto de sutiles diferencias que obedecen tanto al tratamiento narrativo como al orden de lo político y siempre en diálogo con sus propios climas de época.
No extraña entonces que en El general y la fiebre (1992), de Jorge Coscia, el San Martín interpretado por Rubén Stella sea el que expresa un mayor contenido político, exponiendo las internas que signaron su tirante vínculo con el gobierno de Buenos Aires. Hecho que se corresponde con el perfil político (y también ideológico) que caracteriza a la filmografía de Coscia. Tampoco es raro que esta versión politizada se diera en la década de 1990, en pleno crecimiento del menemismo, época signada por un profundo proceso de despolitización y desideologización.
El clima de época también atraviesa El encuentro de Guayaquil (2015), de Nicolás Capelli. Esta se basa en una conjetura histórica acerca diálogo a puertas cerradas que San Martín –interpretado por Pablo Echarri, quien desempeñó el mismo papel en Belgrano (2010), de Sebastián Pivoto— mantuvo con su par Simón Bolívar, el otro gran héroe de las guerras de la independencia sudamericana, y sobre cuyo contenido no existen documentos históricos. No es casual que la hipótesis latinoamericanista expresada en la película se corresponda con la idea de Patria Grande que signó la política regional de los primeros 15 años del siglo XXI. Ni que el guión esté basado en la obra de teatro homónima de Pacho O’Donnell. Ambas películas ofrecen además versiones más humanas del héroe, mostrándolo enfermo y no tan santo de la espada, aunque sin poner en duda ni sus convicciones ni su ética.
Lo que llama la atención de Nuestra tierra de paz (1939), de Arturo S. Mom, es la estructura religiosa, casi evangélica, que organiza el relato: el nacimiento en la correntina Yapeyú (nada más parecido a un pesebre para la centralista mirada porteña); la temprana revelación de la vocación; el carácter salomónico de San Martín en la administración de la justicia; el lugar de salvador y campeón moral que se le adjudica durante toda la película; e incluso una escena que remite a aquella de Jesús en el desierto, en la que el General recibe la visita del espíritu de la Gloria, que lo tienta con promesas de poder que él rechaza. La voluntad didáctica del film queda clara en su disparador: un abuelo le cuenta a su nietita la historia del héroe, organizada en forma de breves secuencias que parecen inspiradas en las figuritas de la revista Billiken. Nuestra tierra de paz está cargada de alegorías muy básicas, como aquel personaje femenino de nombre América que se enamora del General a primera vista, enseguida lleva a sus hermanos para que se enrolen en el ejército –ambos morirán como héroes— y que, a pesar del dolor, terminará postrada a sus pies. Si bien la caracterización física del actor Pedro Tocci es muy lograda, su actuación a veces resulta risible vista desde la actualidad, incluyendo una impostación vocal que recuerda a la de Carlos Gardel.
No es muy distinto el punto de vista que Torre Nilsson propuso en El santo de la espada (1970), en la que Alfredo Alcón se luce en el protagónico a pesar del engolado y conservador tratamiento de la historia. Basado en otra obra teatral, escrita por Ricardo Rojas, y estrenado durante el último año del gobierno de facto del general Onganía, en este film es más evidente el ensalzamiento militarista que sostiene su discurso. Las escenas de batalla son tan abundantes y multitudinarias como reiterativas, y la película parece guiada por la intención de convertir a la ética sanmartiniana en el rasgo distintivo de la institución castrense. El resultado final es tan de manual como el del film anterior, pero aún más solemne, pomposo y acartonado. Vista por casi tres millones de espectadores, es una de las más taquilleras del cine argentino. Un dato curioso en el que se entromete otra realidad histórica: en los créditos iniciales de la película figura como asesor militar el general Andrés Fernández Cendoya, quien moriría más tarde en un atentado de Montoneros a la Subsecretaría de Planeamiento del Ministerio de Defensa en diciembre de 1976, ya durante la última y trágica dictadura militar. Su hijo se desempeña actualmente como presidente de la Asociación de familiares y amigos de víctimas del terrorismo en la Argentina (Afavita).
De todas estas películas Revolución (2010), de Leandro Ipiña, es la que mejor aprovecha el artificio del cine para abordar un segmento determinante en la vida del personaje: el cruce de los Andes, hazaña de la cual este año se celebró su bicentenario. La historia es contada por un personaje ficticio, un ex miembro de la expedición que siendo adolescente se desempeñó como escriba de San Martín, quien 60 años después es entrevistado por un periodista que quiere saber cómo era el General. Un viejo truco narrativo en el que las hazañas del héroe son relatadas indirectamente a través de un testigo. Ipiña utiliza de manera oportuna los recursos del western, que le permiten tensar la cuerda de la aventura y aligerar la sobrecarga bélica, y Rodrigo de la Serna compone al más venal de todos los sanmartines del cine, mostrándolo malhumorado, a veces inseguro, menos monolítico pero no por eso menos honorable.
En el momento de su estreno Revolución fue calificada como una producción kirchnerista por Pablo Sirvén, periodista de La Nación, afirmando que la figura del periodista que interpreta Lautaro Delgado representa una “bajada de línea”. Imagina quizá una alusión velada a cierto ex presidente de la República que por aquellos años fundó cierto diario y después se dedicó a escribir su propia versión de la historia argentina, una en la que San Martín no grita ni tiene miedo, sino que desde su catafalco nos mira a todos con los severos ojos del bronce.  

Artículo publicado originalmente en la revista Caras y Caretas

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